" Después de justificar este doble socorro, enumerándome las privaciones y agobios
que había yo de sufrir si me conservaba incorruptible y puro en medio del general
positivismo, la Madre exponía su pensamiento acerca del porvenir de España en la
forma elocuente y profética que traslado a mis buenos lectores:
«Hijo mío: cuando a fines del 74 te anuncié en una breve carta el suceso de Sagunto,
anticipé la idea de que la Restauración inauguraba los tiempos bobos, los tiempos de mi
ociosidad y de vuestra laxitud enfermiza. La sentencia de mi buen amigo Montesquieu,
dichoso el pueblo cuya Historia es fastidiosa, resulta profunda sabiduría o necedad de
marca mayor, según el pueblo y ocasión a que se aplique. Reconozco que en los países
definitivamente constituidos, la presencia mía es casi un estorbo, y yo me entrego muy
tranquila al descanso que me imponen mis fatigas seculares. Pero en esta tierra tuya,
donde hasta el respirar es todavía un escabroso problema, en este solar
desgraciado en que aún no habéis podido llevar a las Leyes ni siquiera la libertad del
pensar y del creer, no me resigno al tristísimo papel de una sombra vana, sin otra
realidad que la de estar pintada en los techos del Ateneo y de las Academias.
»La paz, hijo mío, es don del cielo, como han dicho muy bien poetas y oradores,
cuando significa el reposo de un pueblo que supo robustecer y afianzar su existencia
fisiológica y moral, completándola con todos los vínculos y relaciones del vivir
colectivo. Pero la paz es un mal si representa la pereza de una raza, y su incapacidad
para dar práctica solución a los fundamentales empeños del comer y del pensar. Los
tiempos bobos que te anuncié has de verlos desarrollarse en años y lustros de atonía, de
lenta parálisis, que os llevará a la consunción y a la muerte.
»Los políticos se constituirán en casta, dividiéndose hipócritas en dos bandos
igualmente dinásticos e igualmente estériles, sin otro móvil que tejer y destejer la jerga
de sus provechos particulares en el telar burocrático. No harán nada fecundo; no crearán
una Nación; no remediarán la esterilidad de las estepas castellanas y extremeñas; no
suavizarán el malestar de las clases proletarias. Fomentarán la artillería antes que las
escuelas, las pompas regias antes que las vías comerciales y los menesteres de la grande
y pequeña industria. Y por último, hijo mío, verás si vives que acabarán por poner
lo que llamáis vuestra Santa Madre Iglesia.
»Alarmante es la palabra Revolución. Pero si no inventáis otra menos aterradora, no
tendréis más remedio que usarla los que no queráis morir de la honda caquexia que
invade el cansado cuerpo de tu Nación. Declaraos revolucionarios, díscolos si os parece
mejor esta palabra, contumaces en la rebeldía. En la situación a que llegaréis andando
los años, el ideal revolucionario, la actitud indómita si queréis, constituirán el único
síntoma de vida. Siga el lenguaje de los bobos llamando paz a lo que en realidad es
consunción y acabamiento... Sed constantes en la protesta, sed viriles, románticos, y
mientras no venzáis a la muerte, no os ocupéis de Mariclío... Yo, que ya me siento
demasiado clásica, me aburro... me duermo...».
No hay comentarios:
Publicar un comentario