domingo, 23 de diciembre de 2018
Trafalgar en Mutriku
El día de Santo Tomás, Mutriku Turismo colocó un stand para exponer productos relacionados con Mutriku y ahí estaba mi edición de Trafalgar.
sábado, 22 de diciembre de 2018
balance de un año
El 20 de marzo hablé sobre Navarro Villoslada en el Ateneo Guipuzcoano de San Sebastián. El 22 del mismo mes nos desplazamos a Segovia para dar una charla acerca de Antonio Machado y la II República. Si alguien desea recordar lo que aconteció en Segovia no tiene más que leer la entrada que dediqué a este acto: Segovia, donde habita la incultura.
El 12 de abril hablé sobre Menéndez Pidal en la Casa de Burgos en Madrid y acerca de Sebastián Iradier en la Euskal Etxea. Al día siguiente me desplacé a Zaragoza para dar una charla sobre Blas de Otero. Ese mismo mes, el 24, estuve en Portugalete, donde presenté mi libro El Madrid de Blas de Otero. Lo mismo hice al día siguiente, día 25, en Getafe. Y el 26 di un recital sobre el vino y la literatura en la Casa de Castilla y León de Pamplona.
El uno de junio di en la Casa de Castilla y León de Alcobendas mi charla titulada: "Burgos, del Ebro al Duero pasando por el Arlanza." El día ocho ofrecí la charla "Antonio Machado y la II República" en el distrito madrileño de Ciudad Lineal.
El tres de agosto hablé sobre Vela Zanetti en Milagros, su pueblo natal y el día 4 del mismo mes presenté mi libro sobre Blas de Otero en Covarrubias, cosa que también realicé el 27 de septiembre en Huesca.
El jueves 8 de noviembre volví a la Casa de Burgos en Madrid para dar la charla que había preparado para Alcobendas. El lunes 12 hablé en el Hogar Navarro de Vitoria sobre Navarro Villoslada y al día siguiente lo hice en Madrid, en un acto organizado en el Museo Lázaro Galdeano por la Asocación Cultural Navarra.
Y el 23 y 24 de noviembre me trasladé a tierras sorianas para presentar mi libro La flecha que me asignó Cupido. El 23 fue en Arcos de Jalón y al día siguiente en Berlanga de Duero.
En cuanto a los libros, como la primera edición estaba agotada, realicé y publiqué en Amazon la segunda edición de Celaya esencial.
Y lo mismo he hecho con Antonio Tovar, el filólogo que encontró el idioma de la paz
y con el de El Gran Capitán.
El de Luis Mariano dejé de venderlo en Elkar porque se limitaban a tener lo escondido en el sótano de la tienda que tienen en Irún. Los pocos ejemplares que quedan se pueden encontrar en el Hotel Alcázar de Irún, en El Argonauta y en Santos Ochoa. Han sido 24 los ejemplares que he vendido este año.
El 12 de abril hablé sobre Menéndez Pidal en la Casa de Burgos en Madrid y acerca de Sebastián Iradier en la Euskal Etxea. Al día siguiente me desplacé a Zaragoza para dar una charla sobre Blas de Otero. Ese mismo mes, el 24, estuve en Portugalete, donde presenté mi libro El Madrid de Blas de Otero. Lo mismo hice al día siguiente, día 25, en Getafe. Y el 26 di un recital sobre el vino y la literatura en la Casa de Castilla y León de Pamplona.
El uno de junio di en la Casa de Castilla y León de Alcobendas mi charla titulada: "Burgos, del Ebro al Duero pasando por el Arlanza." El día ocho ofrecí la charla "Antonio Machado y la II República" en el distrito madrileño de Ciudad Lineal.
El tres de agosto hablé sobre Vela Zanetti en Milagros, su pueblo natal y el día 4 del mismo mes presenté mi libro sobre Blas de Otero en Covarrubias, cosa que también realicé el 27 de septiembre en Huesca.
El jueves 8 de noviembre volví a la Casa de Burgos en Madrid para dar la charla que había preparado para Alcobendas. El lunes 12 hablé en el Hogar Navarro de Vitoria sobre Navarro Villoslada y al día siguiente lo hice en Madrid, en un acto organizado en el Museo Lázaro Galdeano por la Asocación Cultural Navarra.
Y el 23 y 24 de noviembre me trasladé a tierras sorianas para presentar mi libro La flecha que me asignó Cupido. El 23 fue en Arcos de Jalón y al día siguiente en Berlanga de Duero.
En cuanto a los libros, como la primera edición estaba agotada, realicé y publiqué en Amazon la segunda edición de Celaya esencial.
Y lo mismo he hecho con Antonio Tovar, el filólogo que encontró el idioma de la paz
y con el de El Gran Capitán.
El de Luis Mariano dejé de venderlo en Elkar porque se limitaban a tener lo escondido en el sótano de la tienda que tienen en Irún. Los pocos ejemplares que quedan se pueden encontrar en el Hotel Alcázar de Irún, en El Argonauta y en Santos Ochoa. Han sido 24 los ejemplares que he vendido este año.
De El Gran Capitán se han vendido 34; de Los relatos navarros de Francisco Navarro Villoslada, 43;
de Sebastián Iradier, 36;
de El Madrid de Blas de Otero, 49;
de La flecha que me asignó Cupido, 147, por lo que he realizado en Amazon una segunda edición;
y de la edición crítica de Trafalgar, 19.
lunes, 17 de diciembre de 2018
Tercer centenario del nacimiento del conde de Aranda
Con motivo del tercer centenario del nacimiento del conde de Aranda he escrito este libro
Formato ebook: https://www.amazon.es/dp/B07LCSMNTK
Formato libro: https://www.amazon.es/dp/1791743765
Cuando
recordamos a personajes históricos relacionados con Aragón hay una serie de
nombres en los que siempre pensamos: Francisco de Goya, Luis Buñuel, Miguel
Servet, Joaquín Costa, Agustina de Aragón que, aunque no era aragonesa de
nacimiento sí que está profundamente ligada a la gesta heroica de la defensa de
Zaragoza cuando los franceses la sitiaron. Santiago Ramón y Cajal que, aunque
nació en el enclave navarro de Petilla de Aragón, uno de esos anacronismos
históricos que perviven en nuestro país, se consideraba plenamente aragonés.
Fernando el Católico, a quien podemos calificar como el principal rey no sólo
aragonés sino español. Y a pocas personas nos vendría a la mente la figura del
político aragonés más importante e influyente, después del Rey Católico, que ha
habido en la Historia de España: el conde de Aranda.
Aprovechando
que estamos en el tercer centenario de su nacimiento, hemos escrito este libro
en el que pretendemos recordar su figura de un modo ameno y atractivo. No van a
encontrar un texto enmarañado con multitud de fechas, de datos y de nombres que
dificulten la comprensión total, sino que hemos intentado realizar un texto
cuyo objetivo es que quien lo lea pueda comprender fácilmente quién fue el
conde de Aranda y por qué le recordamos trescientos años después de que naciera.
Para
ello, hemos pensado que sería interesante que el propio conde nos contara su
vida y eso es lo que se va a producir a lo largo de las páginas de este libro.
Le hemos cedido la palabra y él nos va a relatar a nosotros, lectores del siglo
XXI, con un lenguaje del siglo XXI, su vida y la importante labor que llevó a
cabo.
Como
la vida es una sucesión lineal de hechos, hemos elegido una estructura lineal.
Es decir, no se van a producir saltos en el tiempo, sino que el conde llevará
un orden cronológico en su narración. El texto se ve acompañado de una serie de
imágenes que faciliten la comprensión global y, además, hemos incluido un
apéndice documental con una serie de biografías, como la de Manuel de Roda,
José Nicolás de Azara y Ramón de Pignatelli y unos textos que nos facilitarán
comprender el contexto social e histórico en el que se desarrolló la vida de
nuestro conde. Al tratarse de una narración, no hemos considerado apropiado
llenar el texto de notas críticas que dificultaran la comprensión. Por ello, en
las notas a pie de página encontrarán la definición de algún término cuyo
significado pueda ser difícil, definiciones tomadas siempre del diccionario de
la Real Academia Española. Hemos sustituido las notas críticas por una completa
y actualizada bibliografía no sólo referida al conde de Aranda, sino también al
mundo en el que le tocó vivir.
Espero
que este libro les guste y que les ayude a conocer un poco más a esta
importante persona que nació en un pequeño pueblo oscense, que fue uno de los
más grandes políticos de su tiempo y que llevó a cabo una serie de
realizaciones que aún perduran.
Cómo
conseguirlo:
De momento se puede encontrar en Amazon:
sábado, 1 de diciembre de 2018
Feliz Navidad
La mula y el buey,
de Benito Pérez Galdós
- I -
Cesó de quejarse la
pobrecita, movió la cabeza, fijando los tristes ojos en las personas que
rodeaban su lecho, extinguióse poco a poco su aliento, y expiró. El ángel de
la guarda, dando un suspiro, alzó el vuelo y se fue.
La infeliz madre no
creía tanta desventura; pero el lindísimo rostro de Celinina se fue poniendo
amarillo y diáfano como cera; enfriáronse sus miembros y quedó rígida y dura
como el cuerpo de una muñeca. Entonces llevaron fuera de la alcoba a la
madre, al padre y a los más inmediatos parientes, y dos o tres amigas y
criadas se ocuparon en cumplir el último deber con la pobre niña muerta.
La vistieron con
riquísimo traje de batista, la falda blanca y ligera como una nube, toda
llena de encajes y rizos que la asemejaban a espuma. Pusiéronle los zapatos,
blancos también, y apenas ligeramente gastada la suela, señal de haber dado
pocos pasos, y después tejieron, con sus admirables cabellos de color castaño
oscuro, graciosas trenzas enlazadas con cintas azules. Buscaron flores
naturales, mas no hallándolas, por ser tan impropia de ellas la estación,
tejieron una linda corona con flores de tela, escogiendo las más bonitas y
las que más se parecían a verdaderas rosas frescas traídas del jardín.
Un hombre antipático
trajo una caja algo mayor que la de un violín, forrada de seda azul con
galones de plata, y por dentro guarnecida de raso blanco. Colocaron dentro a
Celinina, sosteniendo su cabeza en preciosa y blanda almohada, para que no
estuviese en postura violenta, y después que la acomodaron bien en su fúnebre
lecho, cruzaron sus manecitas, atándolas con una cinta, y entre ellas
pusiéronle un ramo de rosas blancas, tan hábilmente hechas por el artista,
que parecían hijas del mismo abril.
Luego las mujeres
aquellas cubrieron de vistosos paños una mesa, arreglándola como un altar, y
sobre ella fue colocada la caja. En breve tiempo armaron unos al modo de
doseles de iglesia, con ricas cortinas blancas que se recogían gallardamente
a un lado y otro; trajeron de otras piezas cantidad de santos e imágenes que
ordenadamente distribuyeron sobre el altar, como formando la corte funeraria
del ángel difunto, y sin pérdida de tiempo encendieron algunas docenas de
luces en los grandes candelabros de la sala, los cuales en torno a Celinina
derramaban tristísimas claridades.
|
Después de besar repetidas
veces las heladas mejillas de la pobre niña, dieron por terminada su piadosa
obra.
- II -
Allá en lo más hondo
de la casa sonaban gemidos de hombres y mujeres. Era el triste lamentar de
los padres, que no podían convencerse de la verdad del aforismo angelitos al
cielo que los amigos administran como calmante moral en tales trances. Los
padres creían entonces que la verdadera y más propia morada de los angelitos
es la tierra; y tampoco podían admitir la teoría de que es mucho más
lamentable y desastrosa la muerte de los grandes que la de los pequeños.
Sentían, mezclada a su
dolor, la profundísima lástima que inspira la agonía de un niño, y no
comprendían que ninguna pena superase a aquella que destrozaba sus entrañas.
Mil recuerdos e
imágenes dolorosas les herían, tomando forma de agudísimos puñales que les
traspasaban el corazón. La madre oía sin cesar la encantadora media lengua de
Celinina, diciendo las cosas al revés, y haciendo de las palabras de nuestro
idioma graciosas caricaturas filológicas que afluían de su linda boca como la
música más tierna que puede conmover el corazón de una madre.
Nada caracteriza a un
niño como su estilo, aquel genuino modo de expresarse y decirlo todo con
cuatro letras, y aquella gramática prehistórica, como los primeros vagidos de
la palabra en los albores de la humanidad, y su sencillo arte de declinar y
conjugar, que parece la rectificación inocente de los idiomas regularizados
por el uso. El vocabulario de un niño de tres años, como Celinina, constituye
el verdadero tesoro literario de las familias. ¿Cómo había de olvidar la
madre aquella lengüecita de trapo que llamaba al sombrero tumeyo y al
garbanzo babancho?
Para colmo de
aflicción, vio la buena señora por todas partes los objetos con que Celinina
había alborozado sus últimos días, y como éstos eran los que preceden a
navidad rodaban por el suelo pavos de barro con patas de alambre, un san José
sin manos, un pesebre con el Niño Dios, semejante a una bolita de color de
rosa, un rey mago montado en arrogante camello sin cabeza. Lo que habían
padecido aquellas pobres figuras en los últimos días, arrastrados de aquí
para allí, puestas en esta o en la otra forma, sólo Dios, la mamá y el
purísimo espíritu que había volado al cielo lo sabían.
|
Estaban las rotas esculturas
impregnadas, digámoslo así, del alma de Celinina, o vestidas, si se quiere, de
una singular claridad muy triste, que era la claridad de ella. La pobre madre,
al mirarlas, temblaba toda, sintiéndose herida en lo más delicado y sensible de
su íntimo ser. ¡Extraña alianza de las cosas! ¡Cómo lloraban aquellos pedazos
de barro! ¡Llenos parecían de una aflicción intensa y tan doloridos que su
vista sola producía tanta amargura como el espectáculo de la misma criatura
moribunda, cuando miraba con suplicantes ojos a sus padres y les pedía que le
quitasen aquel horrible dolor de su frente abrasada! La más triste cosa del
mundo era para la madre aquel pavo con patas de alambre clavadas en tablilla de
barro, y que en sus frecuentes cambios de postura había perdido el pico y el
moco.
- III -
Pero si era aflictiva
la situación de espíritu de la madre, éralo mucho más la del padre. Aquélla
estaba traspasada de dolor; en éste el dolor se agravaba con un remordimiento
agudísimo. Contaremos brevemente el peregrino caso, advirtiendo que esto
quizá parecerá en extremo pueril a algunos; pero a los que tal crean les
recordaremos que nada es tan ocasionado a puerilidades como un íntimo y puro
dolor, de ésos en que no existe mezcla alguna de intereses de la tierra, ni
el desconsuelo secundario del egoísmo no satisfecho.
Desde que Celinina
cayó enferma, sintió el afán de las poéticas fiestas que más alegran a los
niños, las fiestas de navidad. Ya se sabe con cuánta ansia desean la llegada
de estos risueños días y cómo les trastorna el febril anhelo de los regalitos,
de los nacimientos y las esperanzas del mucho comer y del atracarse de pavo,
mazapán, peladillas y turrón. Algunos se creen capaces, con la mayor
ingenuidad, de embuchar en sus estómagos cuanto ostentan la Plaza Mayor y
calles adyacentes.
|
Celinina, en sus ratos de
mejoría, no dejaba de la boca el tema de la pascua y como sus primitos, que
iban a acompañarla, eran de más edad y sabían cuanto hay que saber en punto a
regalos y nacimientos, se alborotaba más la fantasía de la pobre niña
oyéndoles, y más se encendían sus afanes de poseer golosinas y juguetes.
Delirando, cuando la metía en su horno de martirios la fiebre, no cesaba de
nombrar lo que de tal modo ocupaba su espíritu, y todo era golpear tambores,
tañer zambombas, cantar villancicos. En la esfera tenebrosa que rodeaba su
mente no había sino pavos haciendo clau clau; pollos que gritaban pío pío;
montones de turrón que llegaban al cielo formando un Guadarrama de almendras;
nacimientos llenos de luces y que tenían lo menos cincuenta mil millones de
figuras; ramos de dulce; árboles cargados de cuantos juguetes puede idear la
más fecunda imaginación tirolesa; el estanque del Retiro lleno de sopa de
almendras; besugos que miraban a las cocineras con sus ojos cuajados; naranjas
que llovían del cielo, cayendo en más abundancia que las gotas de agua en día
de temporal, y otros mil prodigios que no tienen número ni medida.
- IV -
El padre, por no tener
más chicos que Celinina, no cabía en sí de inquieto y desasosegado. Sus
negocios le llamaban fuera de la casa; pero muy a menudo entraba en ella para
ver cómo iba la enfermita. El mal seguía su marcha con alternativas
traidoras; unas veces dando esperanzas de remedio, otras quitándolas.
El buen hombre tenía
presentimientos tristes. El lecho de Celinina, con la tierna persona agobiada
en él por la fiebre y los dolores, no se apartaba de su imaginación. Atento a
lo que pudiera contribuir a regocijar el espíritu de la niña, todas las noches,
cuando regresaba a la casa, le traía algún regalito de pascua, variando
siempre de objeto y especie; pero prescindiendo siempre de toda golosina.
Trájole un día una manada de pavos, tan al vivo hechos, que no les faltaba
más que graznar; otro día sacó de sus bolsillos la mitad de la sacra familia,
y al siguiente a san José con el pesebre y portal de Belén. Después vino con
unas preciosas ovejas a quienes conducían gallardos pastores, y luego se hizo
acompañar de unas lavanderas que lavaban, y de un choricero que vendía
chorizos, y de un rey mago negro, al cual sucedió otro de barba blanca y
corona de oro. Por traer, hasta trajo una vieja que daba azotes en cierta
parte a un chico por no saber la lección.
Conocedora Celinina,
por lo que charlaban sus primos, de todo lo necesario a la buena composición
de un nacimiento, conoció que aquella obra estaba incompleta por la falta de
dos figuras muy principales, la mula y el buey. Ella no sabía lo que
significaban la tal mula ni el tal buey; pero atenta a que todas las cosas
fuesen perfectas, reclamó una y otra vez del solícito padre el par de
animales que se había quedado en Santa Cruz.
Él prometió traerlos y
en su corazón hizo propósito firmísimo de no volver sin ambas bestias; pero
aquel día, que era el 23, los asuntos y quehaceres se le aumentaron de tal
modo que no tuvo un punto de reposo. Además de esto, quiso el cielo que se
sacase la lotería, que tuviera noticia de haber ganado un pleito, que dos
amigos cariñosos le embarazaran toda la mañana..., en fin, el padre entró en
la casa sin la mula, pero también sin el buey.
Gran desconsuelo
mostró Celinina al ver que no venían a completar su tesoro las dos únicas
joyas que en él faltaban. El padre quiso al punto remediar su falta; mas la
nena se había agravado considerablemente durante el día; vino el médico, y
como sus palabras no eran tranquilizadoras, nadie pensó en bueyes, más
tampoco en mulas.
El 24 resolvió el
pobre señor no moverse de la casa. Celinina tuvo por breve rato un alivio tan
patente que todos concibieron esperanzas, y lleno de alegría dijo el padre:
"Voy al punto a buscar eso".
Pero como cae
rápidamente un ave, herida al remontar el vuelo a lo más alto, así cayó
Celinina en las honduras de una fiebre muy intensa. Se agitaba trémula y
sofocada en los brazos ardientes de la enfermedad, que la constreñía
sacudiéndola para expulsar la vida. En la confusión de su delirio, y sobre el
revuelto oleaje de su pensamiento, flotaba, como el único objeto salvado de
un cataclismo, la idea fija del deseo que no había sido satisfecho, de
aquella codiciada mula y de aquel suspirado buey, que aún proseguían en
estado de esperanza.
El papá salió medio
loco, corrió por las calles; pero en mitad de una de ellas se detuvo y dijo:
"¿Quién piensa ahora en figuras de nacimiento?".
|
Y corriendo de aquí para allí,
subió escaleras, y tocó campanillas, y abrió puertas sin reposar un instante
hasta que hubo juntado a siete u ocho médicos, y les llevó a su casa. Era
preciso salvar a Celinina.
- V -
Pero Dios no quiso que
los siete u ocho (pues la cifra no se sabe a punto fijo) alumnos de Esculapio
contraviniesen la sentencia que él había dado, y Celinina fue cayendo,
cayendo más a cada hora, y llegó a estar abatida, abrasada, luchando con
indescriptibles congojas, como la mariposa que ha sido golpeada y tiembla
sobre el suelo con las alas rotas. Los padres se inclinaban junto a ella con
afán insensato, cual si quisieran con la sola fuerza del mirar detener
aquella existencia que se iba, suspender la rápida desorganización humana, y
con su aliento renovar el aliento de la pobre mártir que se desvanecía en un
suspiro.
Sonaron en la calle
tambores y zambombas y alegres chasquidos de panderos. Celinina abrió los
ojos, que ya parecían cerrados para siempre, miró a sus padres, y con la
mirada tan sólo y un grave murmullo que no parecía venir ya de lenguas de
este mundo, pidió a su padre lo que éste no había querido traerle.
Traspasados de dolor padre y madre quisieron engañarla, para que tuviese una
alegría en aquel instante de suprema aflicción y, presentándole los pavos, le
dijeron: "Mira, hija de mi alma, aquí tienes la mulita y el
bueyecito".
Pero Celinina, aun
acabándose, tuvo suficiente claridad en su entendimiento para ver que los
pavos no eran otra cosa que pavos, y los rechazó con agraciado gesto. Después
siguió con la vista fija en sus padres y ambas manos en la cabeza señalando
sus agudos dolores. Poco a poco fue extinguiéndose en ella aquel acompasado
son, que es el último vibrar de la vida, y al fin todo calló, como calla la
máquina del reloj que se para; y la linda Celinina fue un gracioso bulto,
inerte y frío como mármol, blanco y transparente como la purificada cera que
arde en los altares.
¿Se comprende ahora el
remordimiento del padre? Porque Celinina tornara a la vida, hubiera él
recorrido la tierra entera para recoger todos los bueyes y todas,
absolutamente todas las mulas que en ella hay. La idea de no haber satisfecho
aquel inocente deseo era la espada más aguda y fría que traspasaba su corazón.
En vano con el raciocinio quería arrancársela, pero ¿de qué servía la razón,
si era tan niño entonces como la que dormía en el ataúd, y daba más
importancia a un juguete que a todas las cosas de la tierra y del cielo?
Todo continuaba lo mismo; las
luces ardiendo, derramando en copiosos chorros la blanca cera sobre las
arandelas; las imágenes en el propio sitio, sin mover brazo ni pierna ni
desplegar sus austeros labios; la mujer sumida plácidamente en su sueño que
debía saberle a gloria; todo seguía lo mismo, menos la caja azul, que se había
quedado vacía.
En suma, el nacimiento número
uno de Madrid es el de aquella casa, una de las más principales, y ha reunido
en sus salones a los niños más lindos y más juiciosos de veinte calles a la
redonda.
El gozo de la caterva infantil
no puede compararse a ningún sentimiento humano: es el gozo inefable de los
coros celestiales en presencia del sumo bien y de la belleza suma. La
superabundancia de satisfacción casi les hace juiciosos, y están como
perplejos, en seráfico arrobamiento, con toda el alma en los ojos, saboreando
de antemano lo que han de comer, y nadando, como los ángeles bienaventurados,
en éter puro de cosas dulces y deliciosas, en olor de flores y de canela, en la
esencia increada del juego y de la golosina.
Empezaron a recoger las
figuras y ponerlas en orden. Después del minucioso recuento y de reconocer una
por una todas las piezas, se echó de menos algo. Buscaron y rebuscaron; pero
sin resultado. Faltaban la mula y el buey.
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