viernes, 28 de febrero de 2020

Churruca. Elogio histórico. Ya en las librerías




Esta es la edición que se puede encontrar las librerías.

Lo distribuye Elkar, por lo que podéis acudir a vuestra librería habitual, indicad el título, el nombre del autor y que lo distribuye Elkar.

El ISBN es:  978-16-596-3973-5.

En el País Vasco y Navarra , se puede encontrar en las librerías del grupo Elkar.

Y en San Sebastian, además, en Hontza y Lagun.

Se puede comprar on line en:

El https://www.elkar.eus/es/liburu_fitxa/churruca-elogio-historico/alvaro-ocariz-jose-andres/9781659639735

Recordad que también hay una edición en Amazon:

 - formato ebook: https://www.amazon.es/dp/B0848SKRNW
- formato libro: https://www.amazon.es/dp/1659639735




Churruca, Galdós y Trafalgar





Como el  martes 10 de marzo voy a dar una charla en Zaragoza sobre "Trafalgar en el centenario de Galdós (19,30; sede de Cepyme Aragón; calle Santander 36, y en ella presentaré la edición crítica que he realizado de Trafalgar y el libro que acabo de publicar sobre Cosme de Churruca, voy a seleccionar los dos textos en los que Galdós se refiere al marino guipuzcoano en Trafalgar.


Capítulo VIII:



Al día siguiente de nuestra llegada recibió mi amo la visita de un brigadier de marina, amigo antiguo, cuya fisonomía no olvidaré jamás, a pesar de no haberle visto más que en aquella ocasión. Era un hombre como de cuarenta y cinco años, de semblante hermoso y afable, con tal expresión de tristeza que era imposible verle sin sentir irresistible inclinación a amarle. No usaba peluca y sus abundantes cabellos rubios, no martirizados por las tenazas del peluquero para tomar la forma de ala de pichón se recogían con cierto abandono en una gran coleta y estaban inundados de polvos con menos arte del que la presunción propia de la época exigía. Eran grandes y azules sus ojos; su nariz muy fina, de perfecta forma y un poco larga, sin que esto le afeara, antes bien, parecía ennoblecer su expresivo semblante. Su barba, afeitada con esmero, era algo puntiaguda, aumentando así el conjunto melancólico de su rostro oval, que indicaba más bien delicadeza que energía. Este noble continente era realzado por una urbanidad en los modales, por una grave cortesanía de que ustedes no pueden formar idea por la estirada fatuidad de los señores del día, ni por la movible elegancia de nuestra dorada juventud. Tenía el cuerpo pequeño, delgado y como enfermizo. Más que guerrero, aparentaba ser hombre de estudio y su frente, que sin duda encerraba altos y delicados pensamientos, no parecía la más propia para arrostrar los horrores de una batalla. Su endeble constitución que, sin duda, contenía un espíritu privilegiado, parecía destinada a sucumbir conmovida al primer choque. Y, sin embargo, según después supe, aquel hombre tenía tanto corazón como inteligencia. Era Churruca.


Capítulo XIII


Desde que salimos de Cádiz -dijo Malespina-, Churruca tenía el presentimiento de este gran desastre. Él había opinado contra la salida porque conocía la inferioridad de nuestras fuerzas y, además, confiaba poco en la inteligencia del jefe Villeneuve. Todos sus pronósticos han salido ciertos, todos, hasta el de su muerte, pues es indudable que la presentía, seguro como estaba de no alcanzar la victoria. El 19 dijo a su cuñado Apodaca: “Antes que rendir mi navío, lo he de volar o echar a pique. Este es el deber de los que sirven al rey y a la patria”. El mismo día escribió a un amigo suyo, diciéndole: “Si llegas a saber que mi navío ha sido hecho prisionero, di que he muerto”.

Ya se conocía, en la grave tristeza de su semblante, que preveía un desastroso resultado. Yo creo que esta certeza y la imposibilidad material de evitarlo, sintiéndose con fuerzas para ello, perturbaron profundamente su alma, capaz de las grandes acciones, así como de los grandes pensamientos.

Churruca era hombre religioso, porque era un hombre superior. El 21, a las once de la mañana, mandó subir toda la tropa y marinería. Hizo que se pusieran de rodillas y dijo al capellán con solemne acento: “Cumpla usted, padre, con su ministerio y absuelva a esos valientes, que ignoran lo que les espera en el combate”. Concluida la ceremonia religiosa, les mandó poner en pie y hablando en tono persuasivo y firme, exclamó: “¡Hijos míos! ¡en nombre de Dios, prometo la bienaventuranza al que muera cumpliendo con sus deberes! Si alguno faltase a ellos, le haré fusilar inmediatamente y, si escapase a mis miradas o a las de los valientes oficiales que tengo el honor de mandar, sus remordimientos le seguirán mientras arrastre el resto de sus días miserable y desgraciado”.

Esta arenga, tan elocuente como sencilla, que hermanaba el cumplimiento del deber militar con la idea religiosa, causó entusiasmo en toda la dotación del Nepomuceno. ¡Qué lástima de valor! Todo se perdió como un tesoro que cae al fondo del mar. Avistados los ingleses, Churruca vio con el mayor desagrado las primeras maniobras dispuestas por Villeneuve y, cuando éste hizo señales de que la escuadra virase en redondo, lo cual, como todos saben, desconcertó el orden de batalla, manifestó a su segundo que ya consideraba perdida la acción con tan torpe estrategia. Desde luego, comprendió el aventurado plan de Nelson, que consistía en cortar nuestra línea por el centro y retaguardia, envolviendo la escuadra combinada y batiendo parcialmente sus buques, en tal disposición que éstos no pudieran prestarse auxilio.

El Nepomuceno vino a quedar al extremo de la línea. Rompióse el fuego entre el Santa Ana y Royal Sovereign y, sucesivamente, todos los navíos fueron entrando en el combate. Cinco navíos ingleses de la división de Collingwood se dirigieron contra el San Juan pero dos de ellos siguieron adelante y Churruca no tuvo que hacer frente más que a fuerzas triples.

Nos sostuvimos enérgicamente contra tan superiores enemigos hasta las dos de la tarde, sufriendo mucho, pero devolviendo doble estrago a nuestros contrarios. El grande espíritu de nuestro heroico jefe parecía haberse comunicado a soldados y marineros y las maniobras, así como los disparos, se hacían con una prontitud pasmosa. La gente de leva se había educado en el heroísmo, sin más que dos horas de aprendizaje, y nuestro navío, por su defensa gloriosa, no sólo era el terror, sino el asombro de los ingleses.

Estos necesitaron nuevos refuerzos: necesitaron seis contra uno. Volvieron los dos navíos que nos habían atacado primero y el Dreadnoutgh se puso al costado del San Juan, para batirnos a medio tiro de pistola. Figúrense ustedes el fuego de estos seis colosos, vomitando balas y metralla sobre un buque de 74 cañones. Parecía que nuestro navío se agrandaba, creciendo en tamaño, conforme crecía el arrojo de sus defensores. Las proporciones gigantescas que tomaban las almas, parecía que las tomaban también los cuerpos y, al ver cómo infundíamos pavor a fuerzas seis veces superiores, nos creíamos algo más que hombres.

Entre tanto, Churruca, que era nuestro pensamiento, dirigía la acción con serenidad asombrosa. Comprendiendo que la destreza había de suplir a la fuerza, economizaba los tiros y lo fiaba todo a la buena puntería, consiguiendo así que cada bala hiciera un estrago positivo en los enemigos. A todo atendía, todo lo disponía y la metralla y las balas corrían sobre su cabeza, sin que ni una sola vez se inmutara. Aquel hombre, débil y enfermizo, cuyo hermoso y triste semblante no parecía nacido para arrostrar escenas tan espantosas, nos infundía a todos misterioso ardor, sólo con el rayo de su mirada.

Pero Dios no quiso que saliera vivo de la terrible porfía. Viendo que no era posible hostilizar a un navío que por la proa molestaba al San Juan impunemente, fue él mismo a apuntar el cañón y logró desarbolar al contrario. Volvía al alcázar de popa, cuando una bala de cañón le alcanzó en la pierna derecha con tal acierto que casi se la desprendió del modo más doloroso por la parte alta del muslo. Corrimos a sostenerlo y el héroe cayó en mis brazos. ¡Qué terrible momento! Aún me parece que siento bajo mi mano el violento palpitar de un corazón que hasta en aquel instante terrible no latía sino por la patria. Su decaimiento físico fue rapidísimo. Le vi esforzándose por erguir la cabeza, que se le inclinaba sobre el pecho; le vi tratando de reanimar con una sonrisa su semblante, cubierto ya de mortal palidez, mientras con voz apenas alterada, exclamó: “Esto no es nada. Siga el fuego”.

Su espíritu se rebelaba contra la muerte, disimulando el fuerte dolor de un cuerpo mutilado, cuyas postreras palpitaciones se extinguían de segundo en segundo. Tratamos de bajarle a la cámara pero no fue posible arrancarle del alcázar. Al fin, cediendo a nuestros ruegos, comprendió que era preciso abandonar el mando. Llamó a Moyna, su segundo, y le dijeron que había muerto. Llamó al comandante de la primera batería y éste, aunque gravemente herido, subió al alcázar y tomó posesión del mando.

Desde aquel momento, la tripulación se achicó. De gigante se convirtió en enano. Desapareció el valor y comprendimos que era indispensable rendirse. La consternación de que yo estaba poseído desde que recibí en mis brazos al héroe del San Juan, no me impidió observar el terrible efecto causado en los ánimos de todos por aquella desgracia. Como si una repentina parálisis moral y física hubiera invadido la tripulación, así se quedaron todos helados y mudos, sin que el dolor ocasionado por la pérdida de hombre tan querido diera lugar al bochorno de la rendición.

La mitad de la gente estaba muerta o herida; la mayor parte de los cañones desmontados; la arboladura, excepto el palo de trinquete, había caído y el timón no funcionaba. En tan lamentable estado, aún se quiso hacer un esfuerzo para seguir al Príncipe de Asturias, que había izado la señal de retirada, pero el Nepomuceno, herido de muerte, no pudo gobernar en dirección alguna. Y a pesar de la ruina y destrozo del buque, a pesar del desmayo de la tripulación, a pesar de concurrir en nuestro daño circunstancias tan desfavorables, ninguno de los seis navíos ingleses se atrevió a intentar un abordaje. Temían a nuestro navío aun después de vencerlo.

Churruca, en el paroxismo de su agonía, mandaba clavar la bandera y que no se rindiera el navío mientras él viviese. El plazo no podía menos de ser desgraciadamente muy corto porque Churruca se moría a toda prisa y cuantos le asistíamos nos asombrábamos de que alentara todavía un cuerpo en tal estado. Y era que le conservaba así la fuerza del espíritu, apegado con irresistible empeño a la vida, porque para él en aquella ocasión vivir era un deber. No perdió el conocimiento hasta los últimos instantes. No se quejó de sus dolores, ni mostró pesar por su fin cercano; antes bien, todo su empeño consistía, sobre todo, en que la oficialidad no conociera la gravedad de su estado y en que ninguno faltase a su deber. Dio las gracias a la tripulación por su heroico comportamiento. Dirigió algunas palabras a su cuñado Ruiz de Apodaca y, después de consagrar un recuerdo a su joven esposa y de elevar el pensamiento a Dios, cuyo nombre oímos pronunciado varias veces tenuemente por sus secos labios, expiró con la tranquilidad de los justos y la entereza de los héroes, sin la satisfacción de la victoria pero, también, sin el resentimiento del vencido, asociando el deber a la   dignidad y haciendo de la disciplina una religión; firme como militar, sereno como hombre, sin pronunciar una queja, ni acusar a nadie, con tanta dignidad en la muerte como en la vida. Nosotros contemplábamos su cadáver aún caliente y nos parecía mentira. Creíamos que había de despertar para mandamos de nuevo y tuvimos para llorarle menos entereza que él para morir, pues al expirar se llevó todo el valor, todo el entusiasmo que nos había infundido.



Recuerdo que el libro CHURRUCA. ELOGIO HISTÓRICO se puede conseguir en Amazon:

- formato ebook: https://www.amazon.es/dp/B0848SKRNW
- formato libro: https://www.amazon.es/dp/1659639735

y que ya se puede acudir a la librería habitual e indicar que lo distribuye ELKAR.El ISBN es:  978-16-596-3973-5.

En el País Vasco y Navarra , en las librerías del grupo Elkar

y en San Sebastián, además, en Lagun y Hontza.


Se puede comprar on line en:

El https://www.elkar.eus/es/liburu_fitxa/churruca-elogio-historico/alvaro-ocariz-jose-andres/9781659639735



Y mi edición de Trafalgar:

En vuestra librería habitual, indicando el título de la obra, el nombre del autor y que lo distribuyen Elkar y Santos Ochoa (el ISBN es 9781973569749)  

Además:

En Madrid, en la librería Pérez Galdós de la calle Hortaleza.

En el País Vasco y Navarra, en las librerías del grupo Elkar.

En Logroño y Soria, en Santos Ochoa.

En San Sebastián, en Lagun y Hontza.

En Pamplona, en Walden.

En Logroño, en Cerezo.

Y on line:

https://www.elkar.eus/es/liburu_fitxa/trafalgar-ed-centenario/perez-galdos-benito/alvaro-ocariz-jose-a-ed/9781973569749

https://www.santosochoa.es/a/9781973569749/TRAFALGAR___EDICION_CRITICA  


martes, 25 de febrero de 2020

El cinco de marzo en Pamplona, el siete en Guissona.



En el mes de marzo, hemos programado dos actos en homenaje a Tarás Shevchenko.

El jueves cinco de marzo a las siete de la tarde en el  Palacio del Condestable de Pamplona, en un acto en el que tengo el honor de que me acompañen el embajador de Ucrania y la poeta Arantxa Murugarren.

El sábado siete de marzo a las cuatro de la tarde, en el ayuntamiento de la localidad leridana de Guissona. 



Si alguien no puede acudir y desea adquirir un ejemplar, no tiene más que acercarse a su librería habitual e indicar que lo distribuye Elkar.


Además, en el País Vasco y Navarra, en las librerías del grupo Elkar.


On line:

Amazon:    formato ebook: https://www.amazon.es/dp/B07RRBFT4P

                   formato libro: https://www.amazon.es/dp/1097756270

y en :