viernes, 26 de septiembre de 2025

El Empecinado en Pío Baroja

 



El nombre de Juan Martín Díez, conocido en la historia como el Empecinado, resuena en la memoria colectiva como uno de los símbolos más firmes de la resistencia popular frente a la invasión napoleónica. Hijo de un humilde campesino de Castrillo de Duero, soldado hecho a fuerza de necesidad y coraje, este hombre de origen modesto se convirtió en leyenda por la obstinación con que combatió al invasor y por la singular coherencia con que defendió sus convicciones, incluso cuando ello lo llevó a la desgracia final. Su figura, áspera y magnética, ha atraído la atención de historiadores, novelistas y ensayistas, que han visto en él no solo al guerrillero indomable, sino al emblema de una España viva y rebelde.

Entre quienes se ocuparon de su memoria, ocupa un lugar singular Pío Baroja. El escritor vasco, miembro destacado de la Generación del 98, no se acercó al Empecinado desde el punto de vista del historiador profesional, sino desde la sensibilidad del narrador y del ensayista que busca, en las vidas pretéritas, reflejos de su propia visión del país. La España que Baroja recorre en sus libros —contradictoria, desgarrada, heroica y a la vez trágica— encuentra en la figura del guerrillero castellano un espejo de sus tensiones y de sus grandezas.

Baroja fue un escritor fascinado por los hombres de acción, por las existencias intensas que condensan en su biografía el pulso de una época. Entre sus páginas aparecen guerrilleros, aventureros, conspiradores, forajidos y caudillos populares, a quienes otorga una dimensión literaria que trasciende lo puramente anecdótico. El Empecinado, con su obstinación y su destino, no podía faltar en ese panteón barojiano. Pero lo interesante no es solo la atención que Baroja le presta, sino la manera en que lo presenta: con una mezcla de admiración, distancia crítica y ese tono sobrio, despojado de retórica, que caracteriza su estilo.

El presente libro, al reunir los textos en que Baroja habla del Empecinado, cumple una doble función. Por un lado, rescata del conjunto de la vasta obra barojiana aquellos fragmentos en que la memoria del guerrillero castellano aparece viva, ya sea en novelas, ensayos o evocaciones históricas. Por otro, invita al lector a contemplar cómo la mirada de un escritor del 98 —escéptico, desengañado, pero sensible a la energía vital— dialoga con un héroe de la Guerra de la Independencia, cargado de romanticismo y de dramatismo.

Esta confluencia no es casual. Baroja, que tantas veces diagnosticó las flaquezas de España, también supo reconocer sus momentos de grandeza, aquellos en que la voluntad popular se alzó contra fuerzas aparentemente invencibles. En el Empecinado vio algo más que a un guerrillero: percibió la encarnación de una tenacidad colectiva, de una dignidad que no se resigna a la derrota. Pero, fiel a su estilo, no lo mitificó ni lo convirtió en estatua marmórea; lo retrató en su condición humana, con sus luces y sombras, como hombre rudo, testarudo y leal, víctima al final de la ingratitud política y de la violencia fratricida.

El lector hallará en estas páginas no un tratado exhaustivo ni una biografía completa, sino un mosaico de voces barojianas que, al referirse al Empecinado, nos revelan tanto del guerrillero como del propio Baroja. Es, en cierto modo, un doble retrato: el del héroe castellano y el del novelista que lo evoca desde su peculiar visión de la historia. Y es también una invitación a volver sobre la figura del Empecinado, a reconocer en él no sólo a un personaje del pasado, sino a un símbolo de la resistencia frente a la injusticia y la opresión, en cualquier tiempo y lugar.

La labor de rescatar y reunir estos textos tiene un valor especial. En una época en que la memoria histórica se fragmenta y se dispersa, disponer de un corpus que muestre la mirada de un gran escritor sobre un héroe nacional ofrece al lector una herramienta de reflexión y de goce literario. Quien se acerque a este volumen podrá no solo aprender algo más sobre el Empecinado, sino también redescubrir la prosa ágil, incisiva y honesta de Baroja, que sigue hablándonos con sorprendente actualidad.

Sea, pues, este libro un puente entre dos nombres ilustres de nuestra historia y de nuestra literatura. Que el ejemplo de Juan Martín Díez, convertido en emblema por su constancia y sacrificio, y la pluma de Pío Baroja, que supo dotar de sentido narrativo a la historia española, se encuentren aquí para el disfrute y la reflexión del lector. Y que, en el diálogo entre ambos, hallemos también un modo de pensar nuestro presente: con la memoria de los que lucharon, con la mirada crítica de los que escribieron, y con la conciencia de que la historia, como la literatura, es siempre una invitación a la libertad.


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