domingo, 29 de marzo de 2015

En busca de Quevedo por La Mancha

 
Cuando planifiqué nuestro viaje a Andalucía, pensé en hacer una etapa en Torre de Juan Abad y ver la Casa Museo de don Francisco de Quevedo.
 
Antes de llegar a Torre de Juan Abad hay que pasar por Villanueva de los Infantes, lugar en el que falleció nuestro escritor y en el que reposan sus restos.
 
Ahora que parece que los únicos restos que importa localizar son los de Cervantes, resulta que en Villanueva de los Infantes, los gestores municipales son tan tontos que no saben indicar con una placa en la iglesia, que allí se encuentran los restos de uno de nuestros escritores más importantes.
 
Si vais a Madrid y pasáis por la Iglesia de San Sebastián observaréis una placa en la fachada que recuerda que ahí está enterrado Lope
 
 
 
Si visitáis la Mezquita de Córdoba  encontraréis un sarcófago con los restos de Góngora
  

Pues bien, en Villanueva de los Infantes son tan idiotas que no saben indicar que en la Iglesia de San Andrés están los restos mortales de Quevedo.

A ello se suma que la cripta donde está su féretro no se puede visitar. Lo que digo: idiotas perdidos.

Tiene mérito llegar a Villanueva de los Infantes porque la carretera   se parece mucho a los caminos que tuvo que transitar nuestro Quevedo para llegar hasta allí.

Pero una vez que se llega a Torre de Juan Abad, la situación cambia. Hay una estatua de don Francisco, encontramos versos suyos por las calles y José María Lozano se encarga impresionantemente de la Casa Museo de Quevedo.

Muchas gracias, José María, por las atenciones que recibimos y por habernos enseñado la Casa de Quevedo.

 
 
 
 
 
Y el tintero del que salieron esas obras magníficas
 
 
Permitidme algunos poemas de nuestro gran genio del Barroco cuyos restos sabemos dónde están pero no quieren que lo sepamos
 
 
  Miré los muros de la patria mía, 
           si un tiempo fuertes ya desmoronados
de la carrera de la edad cansados
por quien caduca ya su valentía.

Salime al campo: vi que el sol bebía
los arroyos del hielo desatados,
y del monte quejosos los ganados
que con sombras hurtó su luz al día.

Entré en mi casa: vi que amancillada
de anciana habitación era despojos,
mi báculo más corvo y menos fuerte.

Vencida de la edad sentí mi espada,
y no hallé cosa en que poner los ojos
que no fuese recuerdo de la muerte.
 
 
 
Cerrar podrá mis ojos la postrera
Sombra que me llevare el blanco día,
Y podrá desatar esta alma mía
Hora, a su afán ansioso lisonjera;

Mas no de esotra parte en la ribera
Dejará la memoria, en donde ardía:
Nadar sabe mi llama el agua fría,
Y perder el respeto a ley severa.

Alma, a quien todo un Dios prisión ha sido,
Venas, que humor a tanto fuego han dado,
Médulas, que han gloriosamente ardido,

Su cuerpo dejará, no su cuidado;
Serán ceniza, mas tendrá sentido;
Polvo serán, mas polvo enamorado.
 
 
 
Es hielo abrasador, es fuego helado,
es herida que duele y no se siente,
es un soñado bien, un mal presente,
es un breve descanso muy cansado.

Es un descuido que nos da cuidado,
un cobarde con nombre de valiente,
un andar solitario entre la gente,
un amar solamente ser amado.

Es una libertad encarcelada,
que dura hasta el postrero paroxismo;
enfermedad que crece si es curada.

Éste es el niño Amor, éste es su abismo.
¿Mirad cuál amistad tendrá con nada
el que en todo es contrario de sí mismo!
 
 

“¡Ah de la vida!”… ¿Nadie me responde?
¡Aquí de los antaños que he vivido!
La Fortuna mis tiempos ha mordido;
las Horas mi locura las esconde.
 
¡Que sin poder saber cómo ni adónde
la salud y la edad se hayan huído!
Falta la vida, asiste lo vivido,
y no hay calamidad que no me ronde.
 
Ayer se fue; mañana no ha llegado;
hoy se está yendo sin parar un punto:
soy un fue, y un será, y un es cansado.
 
En el hoy y mañana y ayer, junto
pañales y mortaja, y he quedado
presentes sucesiones de difunto.

 
 
Yo te untaré mis obras con tocino
porque no me las muerdas, Gongorilla,
perro de los ingenios de Castilla,
docto en pullas, cual mozo de camino;
 
apenas hombre, sacerdote indino,
que aprendiste sin cristus la cartilla;
chocarrero de Córdoba y Sevilla,
y en la Corte bufón a lo divino.
 
¿Por qué censuras tú la lengua griega
siendo sólo rabí de la judía,
cosa que tu nariz aun no lo niega?
 
No escribas versos más, por vida mía;
aunque aquesto de escribas se te pega,
por tener de sayón la rebeldía.

Y esto es lo que no se puede ver en Villanueva de los Infantes:



 
 
 
 

 
 
    

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