domingo, 26 de junio de 2011

entrevista EL MUNDO, JUNIO 2011

Entrevista aparecida en el diario EL MUNDO

Antonio Tovar | Centenario de su nacimiento

100 años del filólogo que encontró el idioma de la paz

• Una biografía aborda la riqueza de su legado y su evolución demócrata
• El académico participó como autor, prologuista o traductor en 400 libros
• Conoció a personajes tan dispares como García Lorca o Hitler
• Tovar fue rector de la USAL y miembro de la Real Academia
• El profesor Ocáriz firma una biografía apoyado por el Ateneo de Valladolid

Miguel Ángel Vergaz | Valladolid

Aquel grito de Millán Astray contra el intelectual de su propio bando Miguel de Unamuno: "¡Muera la Cultura!" tiene una triste fama. Pero resulta menos conocido que con Antonio Tovar, una de las más grandes figuras intelectuales del siglo XX en España, se estuvo a punto de pasar de las palabras a los hechos.
Un día de 1937, cuando era jefe de Propaganda de la Falange en Valladolid, se encontraba en el Café del Norte en la Plaza Mayor de la ciudad y uno de los pistoleros de su partido, airado por la falta de apoyo de Tovar a unos artículos que había escrito, le disparó hiriéndole de gravedad en piernas y vientre. El agresor nunca fue juzgado.
Se cumplen cien años del nacimiento del estudioso vallisoletano Antonio Tovar, que logró sobrevivir a aquellas heridas y completar 74 años de vida. Y de qué modo. Si aquel bárbaro hubiera logrado su mortal objetivo habrían caído, en uno, varios hombres.
Está el testigo de un siglo que conoció a personajes tan dispares como Lorca o Hitler. El hombre que dejó su firma en 400 libros de filología, filosofía y literatura como autor, traductor o prologuista. El rector de la Universidad de Salamanca a la que llevó la luz del porvenir en años oscuros de dictadura. El miembro de la Real Academia que defendió con pasión la entrada de Miguel Delibes y Rosa Chacel. El profesor al que sus alumnos -repartidos por Europa, Iberoamérica y Norteamérica- recuerdan como una figura central de sus vidas. El esposo, padre de cinco hijos y amigo bondadoso de docenas de amigos. Y la figura pública que encarnó la sincera evolución desde el franquismo hasta la convicción democrática más profunda.

Fidelidad y homenaje

Fidelidad es el título de la biografía de Antonio Tovar escrita por el profesor donostiarra José Andrés Álvaro Ocáriz que espera, en breve, su paso por imprenta, tras anticiparlo en una conferencia en un homenaje del Ateneo de Valladolid. El título alude, según su autor, a la firmeza en las propias creencias y criterio frente a las convulsiones de la Historia.
El desafío de seguir a Tovar, tanto en su vida como en su obra, no es asunto menor.
A los pocos años de su nacimiento (Valladolid. 1911) su padre, notario, se muda a la localidad vasca de Elorrio y el niño, asombrado por el euskera hablado de sus compañeros de juego, sintió la primera vocación por los idiomas y su estudio. En los años 30, de vuelta a Valladolid, se convierte en el presidente de la republicana Federación Unificada de Estudiantes e invita a García Lorca y sus compañeros de La Barraca a la Universidad. Antonio Tovar lo evoca en uno de sus últimos libros, Ancha es Castilla, como uno de los momentos más luminosos de su juventud.
Pero, en apenas tres años, en 1935, el escenario es bien distinto: Tovar se encuentra en Alemania y se siente fascinado por el nacionalsocialismo y su promesa de progreso más allá de izquierdas y derechas. Las lecturas de Primo de Rivera hacen el resto: vuelve a una España en guerra como falangista. Y como tal progresó. Fue el primer director de Radio Nacional; corrigió en persona el último parte de guerra de Franco en que se da por cautivo al ejército rojo y, en 1940, forma parte del séquito, como traductor, del encuentro de Hitler y Franco en Hendaya.

Su obra, 'Vida de Sócrates'.

Pero hay algo más profundo que no funciona. Mientras traduce y corrige a Franco, mientras escucha las consignas entusiastas de su amigo, el intelectual falangista Dionisio Ridruejo, también escribe el que sería su libro más popular: Vida de Sócrates. Trabaja de manera constante "en los campos desolados de la Guerra Civil" o en un sótano donde se refugia de los bombardeos británicos en Berlín. Escribe, confiesa, "necesitado de la luz de la razón que, románticamente, había creído posible menospreciar". Y siempre fue fiel a esa revelación. De hecho, si hacemos trampas y vamos a las páginas finales de su biografía, podría parecer que estamos ante otra persona.
El 23 de febrero de 1981, los golpistas intentan acabar con la joven democracia española. Dos meses más tarde Antonio Tovar forma parte de una coordinadora por la libertad, la democracia y la constitución. Y al poco encabeza una manifestación por la paz, el desarme y la libertad. Ese mismo año, la Fundación FSV de Hamburgo le concede el Premio Goethe por su labor de acercamiento entre los pueblos.
"Pudo ser lo que hubiera querido en el franquismo y sencillamente, dijo no", señala Álvaro Ocáriz.

Volcado en la docencia

La primera decisión de esa nueva vida fue contraer matrimonio, en 1942, con Consuelo Larrucea, una vitoriana que conoció en Valladolid, mujer excepcional con la que tuvo cinco hijos y una complicidad tal que supo concluir sus trabajos pendientes a la muerte de Tovar.
La segunda fue dedicarse a la docencia. Entra en la Universidad de Salamanca para enseñar lenguas clásicas. En 1951 accede a su rectorado y, cinco años más tarde, ante la purga emprendida por el régimen sobre el mundo universitario, renuncia a ella y comienza una andadura profesional que le mantiene fuera de España, en destinos tan diversos como Tucumán e Illinois. En 1965 intenta asentarse en Madrid. Pero la dictadura carga contra la libertad en las cabezas de Tierno Galván, García Calvo y Aranguren. Dimite en solidaridad y no volverá a su cátedra de Madrid hasta la democracia.

Mientras, el bagaje académico es inmenso. Domina una docena de idiomas. Puede publicar en alemán e inglés. Aparece su monumental Catálogo de las Lenguas de América del Sur, hoy todavía referencia indispensable. En el año 68, ingresa en la Real Academia.
Esa fue la hermosa venganza de Tovar para aquel pistolero, para todos los pistoleros. A su muerte, en 1985, le lloraron con las mismas palabras el ministro socialista de Cultura Javier Solana y el que fuera ministro del primer franquismo Ramón Serrano Suñer: España había perdido una de sus mentes más privilegiadas, "a un gran intelectual", y ellos, a "un amigo". El fruto de una vida buena, tal como entendían los clásicos.
Las últimas palabras de su Vida de Sócrates podría aplicarse a él mismo: "La fragilidad del destino del saber humano, la fatalidad histórica y la libertad genial, las profundas raíces del individuo más racional y exento: todo esto quisiéramos que resultara más claro después de leídas estas páginas". Así sea con la lectura de su vida.

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