jueves, 25 de abril de 2024

En mayo en Pamplona


 

Las mejores obras de la poesía española; Ramón de Campoamor

 


Con motivo de mi presencia en la Feria del libro de Navia, quiero traer algunas poesías de Campoamor y que se pueden encontrar en mi obra.


 La acción de Belascoain (poemas finales)


 Ya el doblar aguerrido

del trémulo atambor se va atenuando,

 y el hórrido estampido

se trueca del cañón en eco blando.

El humo ennegrecido,

que, como denso velo,

roba la luz del cielo,

raudo disipa el aquilón soplando.

El Arga turbio en campos de esmeralda

se arrastra ensangrentado,

y afean charcos de carmín y gualda

el verde esmalte del florido prado.

Cadáveres sin fin del monte frío

coronan el altura;

cadáveres sin fin del soto umbrío

ocupan la llanura.

Ya el estruendo se aleja;

cesó la guerra dura;

sólo en el valle, como en son de queja,

callan los ecos y murmura el río.


El alcornoque y la enredadera

            Nació una enredadera           

            al pie de un alcornoque descarnado;            

            vistióle de manera,                

            que fue en la primavera,                    

            siendo un bodoque ruin, blasón del prado.               

 

            Como propios primores                     

            lucía el corcho vil ajenas galas;                    

             siendo con tantas flores                    

             envidia de pastores               

            y blanco del amor de las zagalas.                 

 

            - ¡Oh, qué árbol tan florido,              

            decían; qué gentil, qué primoroso!-              

            Elogio merecido,                   

            pues gracias al vestido,                     

            por Dios que el alcornoque estaba hermoso.            

 

            Mas llegaron sin cuento                    

            del otoño las ráfagas sonoras,                       

            y soplando violento,              

            dejó alcornoque el viento,                 

            al que el ídolo fue de las pastoras.                

 

           “¡Cuántas de esta manera,                 

            Elvira, adoran a un galán bodoque,              

            y hasta que el aura fiera                    

            lleva la enredadera,               

                no advierten que han amado a un alcornoque!”              


 El chico, el mulo y el gato

            Pasando por un pueblo un maragato                         

            llevaba sobre un mulo atado un gato,                                  

            al que un chico, mostrando disimulo,                                   

            le asió la cola por detrás del mulo.   

                       

            Herido el gato, al parecer sensible,                           

            pególe al macho un arañazo horrible;                                   

            y herido entonces el sensible macho,                       

            pegó una coz, y derribó al muchacho.                                  

 

            “Es el mundo, a mi ver, una cadena,                        

            do rodando la bola.                           

            el mal que hacemos en cabeza ajena,                       

            refluye en nuestro mal, por carambola”

                                   

El viejo y el mendigo

            Rodeado el tío Blas de gente,                       

            dijo: “vaya un cuento ahora”;                       

            y ya iban tres cuartos de hora,                                  

            cuando él iba en lo siguiente:

                       

            - Aunque pobre, el juez prudente                             

            le hizo justicia al momento.  

                       

            Y un pobre, que oía atento,                          

            dijo al tío Blas con malicia:                          

            “¿Pobre, y se le hizo justicia?                                   

            Dice usted bien: eso es cuento”.                       

 

 

Insuficiencia de las leyes

 

Tuvo un reino una vez tantos beodos,

que se puede decir que lo eran todos,

en el cual por ley justa se previno:

-Ninguno cate el vino.

 

Con júbilo el más loco

 aplaudióse la ley, por costar poco:

acatarla después, ya es otro paso;

pero en fin, es el caso

que la dieron un sesgo muy distinto,

creyendo que vedaba sólo el tinto,

y del modo más franco

se achisparon después con vino blanco.

 

Extrañando que el pueblo no la entienda,

el Senado a la ley pone una enmienda,

y a aquello de Ninguno cate el vino,

añadió, blanco, al parecer, con tino.

Respetando la enmienda el populacho,

volvió con vino tinto a estar borracho,

creyendo por instinto ¡mas qué instinto!

que el privado en tal caso no era el tinto.

 

Corrido ya el Senado,

en la segunda enmienda, de contado,

-Ninguno cate el vino,

sea blanco, sea tinto- les previno;

y el pueblo, por salir del nuevo atranco,

con vino tinto entonces mezcló el blanco;

hallando otra evasión de esta manera,

pues ni blanco ni tinto entonces era.

 

 Tercera vez burlado,

-No es eso, no señor - dijo el Senado

-o el pueblo es muy zoquete, o muy ladino:

se prohíbe mezclar vino con vino-

 

Mas ¡cuánto un pueblo rebelado fragua!

¿Creeréis que luego lo mezcló con agua?

Dejando entonces el Senado el puesto,

de este modo al cesar dio un manifiesto:

La ley es red, en la que siempre se halla

descompuesta una malla,

por donde el ruin que en su razón no fía,

se evade suspicaz... ¡Qué bien decía!

Y en lo demás, colijo

que debiera decir, si no lo dijo:

Jamás la ley enfrena

al que a su infamia su malicia iguala:

si se ha de obedecer, la mala es buena;

mas si se ha de eludir, la buena es mala.



La ambición

            A un monte una vez subí,                 

            y de cansado me eché;                      

            mas luego que lo bajé,                      

            de confiado caí.                     

            ¡Déjame, ambición, aquí                   

            hasta morir descansando!                 

            ¿Qué ganaré ambicionando,             

            si cuanto más suba entiendo             

            que me he de cansar subiendo,                     

            y me he de caer bajando?                 

 

Hastío

            Sin el amor que encanta,                              

            la soledad de un ermitaño espanta.                           

            Pero es más espantosa todavía                                 

            la soledad de dos en compañía.                                

 

 

El gaitero de Gijón

 

A mi sobrina Guillermina Campoamor y Domínguez

 

 

 

 

-I-

 

Ya se está el baile arreglando.

Y el gaitero ¿dónde está?

-Está a su madre enterrando,

pero enseguida vendrá.

-Y ¿vendrá? -Pues ¿qué ha de hacer?

Cumpliendo con su deber

vedle con la gaita... Pero,

¡como traerá el corazón

el gaitero,

el gaitero de Gijón!

 

- II –

 

¡Pobre! ¡Al pensar que en su casa

toda dicha se ha perdido,

un llanto oculto le abrasa

que es cual plomo derretido!

Mas, como ganan sus manos

el pan para sus hermanos,

en gracia del panadero,

toca con resignación

el gaitero,

el gaitero de Gijón.

 

- III –

 

¡No vio una madre más bella

la nación del sol poniente!...

¡Pero ya una losa, de ella

le separa eternamente!

¡Gime y toca! ¡Horror sublime!

Mas, cuando entre dientes gime,

no bala como un cordero,

pues ruge como un león

el gaitero,

el gaitero de Gijón.

 

- IV –

 

 La niña más bailadora,

-¡Aprisa! -le dice- ¡aprisa!

Y el gaitero sopla y llora,

poniendo cara de risa.

Y al mirar que de esta suerte

llora a un tiempo y los divierte,

¡silban, como Zoilo a Homero,

algunos sin compasión

al gaitero,

al gaitero de Gijón!

 

- V –

 

Dice el triste en su agonía,

entre soplar y soplar:

-¡Madre mía, madre mía,

cómo alivia el suspirar!

 

Y es que en sus entrañas zumba

la voz que apagó la tumba;

¡voz que, pese al mundo entero,

siempre la oirá el corazón

del gaitero,

del gaitero de Gijón!

 

- VI –

 

Decid, lectoras, conmigo:

¡Cuánto gaitero hay así!

Preguntáis ¿por quién lo digo?

Por vos lo digo, y por mí.

¿No veis que al hacer, lectoras,

doloras y más doloras,

mientras yo de pena muero,

vos la recitáis, al son

del gaitero,

del gaitero de Gijón?


Quién supiera escribir

 

- I –

 

 -Escribidme una carta, señor Cura.

 -Ya sé para quién es.

-¿Sabéis quién es, porque una noche oscura

   nos visteis juntos? -Pues.

-Perdonad; mas... -No extraño ese tropiezo.

La noche... la ocasión...

Dadme pluma y papel. Gracias. Empiezo:

 Mi querido Ramón:

-¿Querido?... Pero, en fin, ya lo habéis puesto...

 -Si no queréis... -¡Sí, sí!

-¡Qué triste estoy! ¿No es eso? -Por supuesto.

Qué triste estoy sin ti!

Una congoja, al empezar, me viene...

-¿Cómo sabéis mi mal?...

-Para un viejo, una niña siempre tiene

el pecho de cristal.

¿Qué es sin ti el mundo? Un valle de amargura.

¿Y contigo? Un edén.

-Haced la letra clara, señor Cura;

que lo entienda eso bien.

El beso aquel que de marchar a punto

te di... -¿Cómo sabéis?...

-Cuando se va y se viene y se está junto,

siempre... no os afrentéis.

Y si volver tu afecto no procura,

 tanto me harás sufrir...

-¿Sufrir y nada más? No, señor Cura,

¡que me voy a morir!

-¿Morir? ¿Sabéis que es ofender al cielo...

-Pues, sí, señor, ¡morir!

-Yo no pongo morir. -¡Qué hombre de hielo!

¡Quién supiera escribir!

 

- II –

 

¡Señor Rector, señor Rector! en vano

me queréis complacer,

si no encarnan los signos de la mano

todo el ser de mi ser.

Escribidle, por Dios, que el alma mía

ya en mí no quiere estar;

que la pena no me ahoga cada día...

porque puedo llorar.

Que mis labios, las rosas de su aliento,

 no se saben abrir;

que olvidan de la risa el movimiento

 a fuerza de sentir.

Que mis ojos, que él tiene por tan bellos,

cargados con mi afán,

como no tienen quien se mire en ellos,

 

cerrados siempre están.

Que es, de cuantos tormentos he sufrido,

 la ausencia el más atroz;

que es un perpetuo sueño de mi oído

el eco de su voz...

Que siendo por su causa, el alma mía

¡goza tanto en sufrir!...

Dios mío, ¡cuántas cosas le diría

 si supiera escribir!...

 

- III -

 

Epílogo

 

-Pues señor, ¡bravo amor! Copio y concluyo:

 A don Ramón... En fin,

que es inútil saber para esto arguyo

ni el griego ni el latín.




El tren expreso (poemas finales)


Al ver de esta manera,

trocado el curso de mi vida entera

en un sueño tan breve,

de pronto se quedó, de negro que era,

mi cabello más blanco que la nieve.

De dolor traspasado

por la más grande herida

que a un corazón jamás ha destrozado

en la inmensa batalla de la vida,

ahogado de tristeza,

a la anciana busqué desesperado,

mas fue esperanza vana,

pues, lo mismo que un ciego deslumbrado;

ni pude ver la anciana,

ni respirar del aire la pureza

por más que abrí cien veces la ventana

decidido a tirarme de cabeza.

Cuando por fin sintiéndome agobiado

de mi desdicha al peso,

y encerrado en el coche, maldecía

como si fuese en el infierno preso,

al año de venir, día por día,

con mi grande inquietud y poco seso,

sin alma, y como inútil mercancía.

me volvió hasta París el tren expreso.



La niña es la mujer que respetamos,

y la mujer la niña que engañamos.

 

 Según creen los amantes,

las flores valen más que los diamantes.

Mas ven que al extinguirse los amores,

valen más los diamantes que las flores.

 

Ser fiel, siempre que quieres, es tu lema;



pero tú ¿quieres siempre? He aquí el problema.

 

Aunque tú por modestia no lo creas,

las flores en tu sien parecen feas.

 

Miré... pero no he visto en parte alguna

ir del brazo la dicha y la fortuna.

 

Te morirías por él, pero es lo cierto

que pasó tiempo y tiempo, y no te has muerto.

 

Ayer le enajenabas con tu acento;

pero hoy ya le constipas con tu aliento.

 

He amado a esa mujer de tal manera

que no me volví loco, porque lo era.

 

 La que ama un ideal, y sube...y sube...

suele morir ahorcada de una nube.

 

 Nunca tendrán utilidad alguna,

sin el amor, la ciencia y la fortuna.

 

 Si te casas, Inés, ten por seguro

que todo novio es un traidor futuro.

Las hijas de las madres que amé tanto
me besan ya como se besa a un santo

En este mundo traidor, nada es verdad, ni mentira,
Todo es según el color del cristal con que se mira.



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