Junio
- I -
En el jardín
Mayo se enojará, lo sé; pero
rindiendo culto a la verdad, es preciso decírselo en sus barbas. Sí, el imperio
de las flores en nuestro clima, no le corresponde.
¡Tunante! ¿Qué dirán de él en la
otra vida las almas de aquellas pobrecitas a quienes dejó morir de frío después
de abrasarlas con importunos calores? En cambio, junio, si alguna vez las
calienta con demasiado celo (porque es algo brusco, llanote y toma muy a pecho sus
obligaciones), también las orea delicadamente con abanico, no con el atronador fuelle de los vientos septentrionales; se
desvive por tenerlas en templada atmósfera, las abriga y las refresca, todo con
esmerado pulso y medida; dales savia fecunda, primorosa luz, sustento benéfico,
frescas y transparentes aguas. Hay que ver cómo derrocha este capitalista sus
tesoros, calor, luz, frescura y aire, humedad y lumbre. Se parecería a muchos
ricos de la tierra si no empleara toda su fortuna en hacer bien.
Ved los pensamientos, con sus
caritas amarillas y sus caperuzas de terciopelo. Miran a un lado y a otro,
mecidos por el delicado aliento de la mañana y tiemblan de gozo contemplándose
tan guapos, tan saludables, tan vividores. Los ojuelos negros de estos enanos
que, a semejanza de los ángeles menores, no tienen sino cabeza y alas, nos
miran con picaresca malicia y hasta parece que se ríen, los muy pillos, cuando
el viento les hace dar cabezadas unos contra otros, agitándolos en toda la
extensión de su inmensa falange. Los hay pálidos y linfáticos, los hay
sanguíneos y mofletudos; unos se calan el gorrito hasta las cejas; otros lo
echan hacia atrás; éstos parecen calvos, de aquéllos se diría que gastan barbas
y todos están más alegres que unas pascuas, y en su charlar ignoto exclaman sin
duda: “Compañeros, a vivir se ha dicho. ¡Buena panzada de aire, de luz y de
agua nos estamos dando!”
Más juiciosas son esas chiquillas
que llaman minutisas pues, si las han puesto en compañía de tales granujas,
saben ellas formar grupos encantadores, ramilletes que parecen corrillos y
jugando a la rueda, sin admitir a ningún intruso, se entienden solas. Estas
lindas estrellas de la tierra, que esmaltan los jardines con su púrpura
risueña, son parientas lejanas del orgulloso clavel. Nadie lo diría, porque son
tan modestas...
Allí está. ¡Qué noblemente pliega el
aromático turbante blanco y rojo de mil rizos! Salud al califa espléndido,
magnífico, soberano. La embriagadora poesía que de él brota incita al
sibaritismo, a las ardientes pasiones. ¡Ah calaverón!... Este vicioso es tan
popular que hasta los pobres más pobres lo crían, aunque sea en una olla rota.
Parece que hace soñar, como el opio, felicidades imposibles. Su fuerte aroma
sensual es como una visión.
No son así las rosas, que aparecen
en este mes en primoroso estado de madurez. Las de mayo eran niñas, éstas son
damas, y en sus abiertas hojas
ahuecadas, blandas, puras, tenues, hay no sé qué magistral arte del mundo. Si
Dios les concediera un soplo más de vida, uno no más, hablarían seguramente;
pero más vale que estén mudas. Una gracia infinita, una delicadeza
incomparable, una hermosura ideal hacen de esta flor la sonrisa de la
Naturaleza. Cuando las rosas mueren, el mundo se pone serio.
Allá lejos, encaramado sobre la
tapia o al arrimo de la antigua pared, buscando la soledad, buscando la altura,
esperando con ansia la sosegada noche, está el galán, el poeta sentimental, el
romántico jazmín, en una palabra. Pálido y pequeño, toda su vida es alma. Le
tocan, y cae del tallo. Vive del sentimiento, ama la noche y, si los aromas
fueran música, el jazmín sería el ruiseñor.
Fijemos la vista en las gallardas
peonías. No se necesitan ciertamente anteojos para verlas, según son de
abultadas y presumidas. No merecen mis simpatías estas enfáticas señoras que
todo lo gastan en trapos; y si está fuera de duda que son bellas, ello es que
antes admiran que enamoran y su hermosura más tiene de aparente que de real.
Nada, nada; aquí hay algo postizo: estas señoras se pintan.
Grande y vistosa es también aquélla.
Saludemos a la magnolia, princesa india que ha venido de viaje y se ha quedado
en nuestro clima. No está bien de salud la señora; pero ¡qué aristocrática, qué
regia es esta amazona! No se contenta con ser fragante y deliciosa flor, sino
que quiere ser árbol, es decir, hombre. Ved cómo cabalga en la alta rama y,
atrevida, mira cara a cara al olmo corpulento, al castaño de mil flores y al
quijotesco eucaliptus.
Por el suelo rastrea muchedumbre de
pajes y espoliques, alelíes, espuelas de caballero, gentezuela menuda que vive
de la adulación, a la sombra de los grandes señores, y el bíblico lirio,
vestido siempre de nazareno. La madreselva, arisca y melancólica por la
nostalgia que la perturba, busca el campo de donde contra su voluntad la han
traído; mira ansiosa a todos lados para orientarse, se va arrastrando por los
troncos, por las barandillas, por las escalinatas, hasta que logra tocar con su
crispada mano la cerca; sube, va trepando, trepando, y se asoma para ver
horizontes y el libre espacio, y hacerse la ilusión de que es libre. Esta flor,
como muchas personas, no tiene más que manos, y son blancas, finas, aromáticas;
pero aunque contrae sus finos dedos, cual si fuera a coger alguna cosa,
jamás coge nada.
¡Paso al pueblo! La inmensa
república de geranios todo lo llena. Parece que no hay tierra bastante para
estos gorros colorados que se reproducen con facilidad maravillosa, y crecen
como la plebe, duran como la ignorancia y resisten fríos y soles como la
pobreza. Para que nada falte, hasta los cactus, caterva de repugnantes bufones,
se engalanan con gorritos de vistosas plumas; otros se ponen greguescos
amarillos y algunos se encargan vestidos completos de Mefistófeles, como
estudiantes en Carnaval, y tienen el descaro de vestir con ellos sus ventrudos
cuerpos. Otros, flacos y verrugosos, siguen con las manos en los bolsillos,
riéndose de todo y agitando el bastón con borlas de escarlata. Pero a nadie
hacen gracia estas caricaturas vegetales, flores que parecen lagartos, sapos
que parecen plantas; y viven aislados, sin sociedad, visitados tan sólo de las
abejas que, a menudo, vienen a decirles mi secreto al oído.
Si las violetas no hubiesen exhalado
su último aroma en mayo; si los jacintos no estuvieran ya en el limbo de sus
jóvenes cebolletas; si las dalias, por el contrario, no durmiesen aún en
el vientre de sus batatas; si las petunias no se hallaran en estado de
lactancia, y las campanillas dando los primeros pasos; si las francesillas no
hubiesen bajado también al frío sepulcro de sus arañuelas y las extrañas no
estuvieran aún cortando sus múltiples gasas de bailarina para presentarse en el
Otoño, el panorama floreal de junio sería completo.
- II -
En el campo
Un monstruo, un gigante, un figurón,
que parece hombre y no es más que espantajo, bracea y gesticula en medio del
campo. Es el funcionario inamovible encargado de advertir a los gorriones que
el trigo no se ha sembrado para ellos. ¡Ah, los gorriones, lo más canalla de la
creación, la casta de pillos y rateros más desvergonzados que hay sobre la
tierra! Cuando hicieron sus nidos, se metían en las casas para robar de los
costureros de las señoras, hilachas y trapos, de que luego, con la mayor
destreza hacían sábanas, almohadas y edredones para sus hijuelos. Ahora, estos
graciosos bandidos andan por esos mundos ejerciendo su depravada rapacidad en
los trigos y en las hortalizas. Todo se lo comen, todo lo pican, todo lo han de
catar, como si fuese preciso que dieran su opinión sobre cuanto Dios cría en
esta época. Si al menos fueran como las amapolas que, aunque se meten en todas
partes, no toman nada... ¡Qué hermosos están los trigos! Llovió tan a tiempo
que la espiga ha salido robusta y cuajada de corpulentos granos. Ya se está
poniendo rubio y, como continúe el tiempo seco y tibio (pues la lluvia, por San
Juan, quita vino y no da pan) pronto se le podrá meter la hoz.
El labrador no le quita los ojos,
sino para mirar al cielo. Éste es el mes crítico, el mes de las esperanzas, el
resumen del año, la cifra adicional de esta larga cuenta de gastos y beneficios
que doce meses dura. El labrador está contento y espera pagar la contribución,
los intereses del préstamo que le hizo el judío de la localidad, comprar aperos
nuevos, remendar la casa, regalarse por San Juan y aún guardar en el bolso tal
cual pieza de a cinco duros para lo que pueda sobrevenir.
Escarda los trigos y los garbanzos, las lechugas, las habas,
aporca las patatas y todas las siembras de primavera. Pasa revista a los
árboles frutales, a ver cómo van cuajando. Las cerezas abundan. En cuanto a los
perales, todavía no se sabe a punto fijo lo que darán; pero esta noble familia,
que es sumamente cortés y atenta, manda en este mes, como regalo
extraordinario, unas peritas sabrosas, que aceptamos con júbilo. San Juan las
trae, las apadrina y les da su nombre. El mismo santo, al venir con su
puntualidad acostumbrada, ha traído en el morral excelentes brevas y es tan
fino y liberal que dice que para el año que viene traerá lo mismo.
El labrador azufra las viñas y
después las aporca y arrodriga, dándoles unos bastoncitos para que se apoyen y
estiren sus entumecidos brazos. Luego se ocupa en sembrar al aire libre
zanahorias, perifollos, escarolas diversas, coles de Milán, rizadas, brécoles,
malpicas, perejil y otras muchas clases que constituyen la jerarquía ensaladesca
y entre las cuales hay excelentes personas que nos acompañan a la mesa y se
dejan comer.
También atiende a una faena tan interesante
como útil. Llama a las ovejas y les dice: “con el calor que se ha entrado,
señoras, para nada necesitáis esos gabanes de invierno”. ¡Es admirable el
equipo de la muchedumbre pecuaria! Carnero hay que ostenta un carric con el
cual se envanecerían muchos hombres: otros llevan luengo capote ruso de
blanquísima y espesa lana. “Venga todo eso, y al fresco, caballeritos, -añade
el ganadero-que vuestro próvido sastre os vestirá gratis el año que viene,
mientras yo tengo que arreglarme con vuestra ropa de desecho”. Suenan las
tijeras y empieza la operación de descortar gabanes, paletós y bufandas. Hasta
las ovejas más enseñoradas se quedan sin sus manteletas y los corderillos
pierden sus chaquetitas de astracán.
En el corral aparece un día la
gallina, muy satisfecha. Allá, como Dios le da a entender, con sus cacareos
sonoros, le dice al amo que ya tiene veinte criados más que le sirvan. Y
es buena casta de chicuelos; no será preciso ponerles ama de cría, que ya saben
ellos buscarse la vida. Con el cuerpecillo cubierto de pelos y algo de cascarón
adherido aún a semejante parte, corren alrededor de su madre, asombrados de
todo, del cielo, de la luz, del aire,
dándose el parabién por haber sabido escapar de aquel lóbrego huevo donde los
tenían encerrados contra toda justicia y razón. Los patitos ven un charco,
sienten bullir en su mente el genio de Colón, y ¡zas!... al agua. Cuando regresan,
la gallina les echa una reprimenda por su osadía; pero son tan mal criados, que
al poco rato vuelven a hacer lo mismo.
Los pavos grandecitos se ponen las
corbatas rojas y la monterilla y se van al campo en manadas, sin juntarse con
nadie más que con los de la familia, porque estos fatuos son muy linajudos y
andan a compás, gravemente, pronunciando palabrotas huecas y aún echando unos
discursazos, como los de ciertos oradores, llenos de apóstrofes y epifonemas,
pero sin pizca de sentido.
Allá en el monte, entra las negras
encinas y los tomillos, una escena lamentable ocurre. Millares de señoras
enfurecidas zumban y pican, defendiendo el fruto de su maravillosa industria.
Son las más diestras y más pulcras fabricantes de mermeladas, almíbares y
caramelos que hay en la creación y es por demás lastimoso que de la riquísima
confitería con tanto afán y labor tan prolija formada en largos días venga a
incautarse un zafio ganapán, que con sus
manos lavadas (o sucias) se apropia el delicioso néctar. Y no trate de
disculparse el desvergonzado gorrón diciendo que con la miel va a hacer
medicinas y con la cera velas para los santos... “Aquí no se admiten
subterfugios. Atrás, pillo, ladrón, descamisado, demagogo. Pero todo es inútil.
Se lleva, se lleva nuestra cosecha, nuestro bienestar, nuestra riqueza. Pobres
hermanas arruinadas ¿qué haremos para recobrar la perdida colmena?” Empezar
otra.
Más allá... Pero no; ya no se oye
aquel persistente chasquido de hojas magulladas; ya no percibimos el rumor de
los voraces dientes. ¡Silencio!... Industriales de la tierra, fabricantes,
obreros, tejedores, artífices, todo el mundo de rodillas. El gusano de seda ha
empezado su capullo.
- III -
En la cocina
Como los prados están tan apetitosos
para los ganados, la carne de este mes es la mejor del año. La vaca y el
carnero hacen honor a su alto renombre.
Todavía hay fresa abundante y las
cerezas entran enredadas unas en otras, porque no les gusta ir solas; que bien
se conoce su cortedad de genio en el vivo rubor que enciende sus mejillas. Las
uvas y melones no vienen aún; pero Toledo nos manda sabrosos albaricoques.
Los guisantes, los rabanitos y las
alcachofas se presentan en la plaza todos los días, acompañados de algún espárrago
tardío, que pide mil perdones por no haber venido antes.
Los pollos nuevos, que hasta ahora
no servían más que para guisados, entran, y con mucha urbanidad nos piden que
los asemos con setas. Galantemente recomiendan, previa presentación, a sus primos
los patitos y a sus parientes las palomas silvestres.
Un caballero, un prócer, un lord,
aparece, sombrero en mano, suplicando que lo metan de una vez en la cazuela,
sin olvidarse de advertir que aquélla ha de ser grande. Es talludo y obeso;
viste impermeable blanco y su rosada piel indica que tenemos en casa a un
caballero inglés. Es el señor de Salmón. ¡Adelante!
Tras él aparecen pidiendo fuego y
aceite y aromáticas
especias, los primeros lenguados y traen afectuosos recaditos de las ostras,
que no pueden venir mientras los meses carezcan de r; y también asoman
algunos rodaballos y menudos pajeles.
- IV -
En la
Religión
Por más prisa que se da el pobrecito
no puede llegar hasta el día 13. Viene jadeante, fatigado, los desnudos pies
llenos de sangre por los picotazos de las zarzas. En el camino ha estado
predicando a las aves y a los peces y por eso no ha podido venir más pronto.
Además, trae gran pesadumbre sobre sus manos, que sustentan un libro, y sobre
el libro un divino niño, que es el Redentor del mundo. Trae también una vara de
azucenas.
Su humilde hábito franciscano está
lleno de remiendos, señal inequívoca de pobreza. Es su semblante juvenil, pálido, ardoroso,
calenturiento, porque la devoción le inflama y sublime, místico amor le
espiritualiza.
Tiénele preocupado y melancólico el
sin número de matrimonios que le piden y que no puede dar, así como el mal
éxito de los que concedió generosamente el año pasado. Prepárase a recibir
cantidad mediana de solicitudes pidiendo novios y no pocas demandas de buenas
novias. ¡Ay! él es tan bueno que está dispuesto a darlas, y las daría si las hubiera.
¡Salve, santo de la juventud, de la
inocencia, de los tiernos amores, de las esperanzas risueñas! ¡Salve, adorno
preciosísimo de los cielos celestiales, joven sublime, gran soldado de Cristo,
apóstol de la humanidad, amor del pobre, huésped cariñoso de las moradas
modestas! ¡Salve, encarnación de la fe sencilla, de las creencias puras a que
debieron paz y consuelo las edades todas! Al poner tu descalzo pie en el
rústico altar del pobre, parece que las lóbregas estancias se llenan de celeste
luz. Rosadas nubes te circundan, y de tus azucenas se desprenden finísimos
aromas que embelesan el alma, dándole a conocer el puro ambiente que en la
mansión de los justos se respira.
Recibe las piadosas ofrendas del
pobre, acepta el fulgor de esas luces de aceite que palidecen entre los
torrentes de claridad divina que traes contigo y presta oídos a los ruegos, a
las recomendaciones y solicitudes hechas con limpio corazón.
En algunos pueblos son tan impíos,
tan ingratos los labradores (esto lo he visto) que cuando San Antonio no accede
al suministro de novios le vuelven de espaldas, en el altar, poniéndole con la
cara hacia la pared, y sé que una doncella desesperada le metió en el pozo
atándole una cuerda al cuello; pero estas excepciones irreverentes y sacrílegas
no merman en general la devoción y popularidad del santo paduano, ideal figura
del catolicismo y uno de los seres más perfectos y menos imitados, mientras
anduvo en carne mortal por la tierra.
Tras él viene otro no menos grande.
Se ha detenido administrando el primer sacramento; pero ya está ahí: sólo que
no gusta de entrar hasta el día 24 y ni un solo año ha faltado a la costumbre.
Recíbele, como a San Antonio, la hueste frescachona de albahacas, unas plantas
humildes, olorosas, con olor de huerto más que de jardín, y muy frescas y
diminutas. Las hay como avellanas, en tiestecillos del tamaño de almendras.
Acompáñanle ciertos heraldos que se
llaman las rosquillas de la tía Javiera y, a su paso, el suelo está empedrado
de buñuelos. Blanquecinas hojas del árbol del Paraíso embalsaman la atmósfera
en torno suyo. Todas las flores de la estación sacan a relucir sus lindas
personas en graciosos grupos que se llaman ramos. Matas diversas adornan las
casas y los altares parece que reverdecen y se cubren de vegetación. En las
calles, en los campos, en el cerro, en la cabaña, en el monte, no se encuentra
un medio bastante expresivo para declarar la alegría que inunda el mundo y, en
vez de poner flores, encienden hogueras. Rosas y llamas saludan al enviado de
Dios.
Inefable contento llena los pueblos,
lo que no es extraño, porque todo el mundo se llama Juan. La madrugada del 24
es la más poética de las 365 que hay en el año. No amanece, no, como en los
demás días. Hay playas donde aparecen fantásticas ciudades. El sol no se
presenta sobre el horizonte con la circunspección que parece inherente a sujeto
de tanto peso y calidad, no. Su Majestad entra bailando, haciendo graciosas
cabriolas y volteretas cual
si hubiera perdido el juicio o empinado el codo. En las puertas de todas las
casas, pucheros, palanganas, barreños llenos de agua reflejan las locuras del rey de los astros y los dibujos que la juguetona luz hace en el líquido espejo
son representaciones más o menos claras del destino individual.
El rocío de esta madrugada tiene una
misión tan singular como interesante: sirve para conservar la belleza y hasta
las feas se lavan en él, seguras de hermosear durante el año. Una clara de huevo
puesta en vaso de agua la noche anterior toma las más extrañas formas y es
jeroglífico cuyos signos hablan, cuyas figuras emblemáticas anuncian las contingencias
de la vida. Si la caprichosa albúmina fabrica un ataúd, la muerte está cerca.
El santo ha perdido mucho tiempo la
noche anterior recorriendo a la calladita las casas para dejar juguetes en los
zapatos de los chicos; después, ha puesto ramos en las ventanas de las mozas; y
como éstas son tantas y no es prudente desenojar a ninguna de ellas, el primo
de Jesús llega un poco tarde a la iglesia. Verdad es que tenemos misa mayor, la
cual no exige extraordinario madrugar. ¡Qué solemnidad, qué alegría, qué exaltado entusiasmo respira
la iglesia! El sermón versa sobre la infancia de Jesús, asunto que no puede ser
más bonito; y oyendo las palabras del cura, parece que es el santo quien habla,
porque alza el dedo y su boca entreabierta expresa muy al vivo la emisión de la
palabra.
Como el año ha sido bueno, la
procesión no deja nada que desear en punto a brincos, cohetes, vivas, cantares,
piporrazos, aleluyas, flores, ramos, tortas, plegarias. Por la tarde, algunas
cabezas dan en el suelo o se estrellan contra la esquina. Es el alcohol que
sube al púlpito.
De noche, sobre el negro cielo,
surgen las más hermosas especies de una flora rutilante, tallos de fuego que se
elevan rápidamente, y allá arriba echan de improviso cantidad de flores, de
luz, que duran un momento y se deshojan cayendo en chispas: son los cohetes.
Flores gigantescas dan vueltas, como las imágenes luminosas del sueño
calenturiento; y torres fabricadas con arena de estrellas destácanse
imponentes, hasta que un soplo las destruye, cual si fueran ilusiones, y todo
queda más obscuro que antes. Una ráfaga luminosa flota en el negro espacio, última chispa de la pólvora
moribunda, que sonríe al expirar. Es una cinta que pasa veloz, el gallardete de
la cruz del santo. San Juan se marcha.
Los días pasan alegremente, y el 29
aparecen dos grandes llaves, una mano que las empuña, tras de la mano un brazo,
después una hermosa cabeza calva, un cuerpo robusto, un hombre con humilde saya
y los pies desnudos. Es el Príncipe de los Apóstoles, el primero de todos los
santos, el Pescador, Pedro, la piedra, el cimiento, la cabeza de la Iglesia.
Mucho hay que decir de él, muchísimo: pero el mismo santo nos lo estorba,
porque frunce el ceño, adelanta un paso, empuña la llave, da vuelta...
¡charrás! y nos cierra este capítulo.
- V -
Suspenso.
Suspenso. Suspenso. Suspenso
Los campos se llenan de amapolas, el
aire de mariposas, de flores el jardín y la Universidad de calabazas.
Muchos rapaces, sin embargo, se
inflan al recibir la nota de sobresaliente, señal de que han salido del
aula hechos unos pozos de ciencia, y así se lo creen los papás. La estación da
bachilleres en artes con más abundancia que trigo y es un contento ver tanto
sabio como sale a las anchas esferas del mundo. Por todas partes, matemáticos
jugando al trompo, químicos que saltan en la comba y filósofos que cabalgan en
un palo.
Los abogadillos en ciernes inundan los
pueblos y, al verles, los autos agitan alegres sus macilentas hojas. Los
mediquillos de veintiún años salen a tomar el pulso a la vida, con gran
regocijo de la muerte. ¡Oh! mes prolífico entre todos los meses, mes de los
frutos, de las flores, de las colmenas, de los mosquitos, de los exámenes;
principal delegado del Criador, porque todo lo crías, hasta los licenciados,
falange infinita de donde sale el bullidor enjambre de los políticos, semillero
de pretendientes, de empleados, cesantes y agitadores.
- VI -
En la
Historia
Pero también nos trajiste cosecha de
grandes hombres. El día 3 nos diste al marqués de la Concordia (1743); el 5 al
economista Adam Smith (1723); el 6 creaste al gran Corneille, príncipe de los
trágicos franceses (1606) y bautizaste a Velázquez, rey de nuestros pintores
(1599); el día 8 no te pareció bien dar uno solo, y nos echaste dos: el
ingeniero inglés Stephenson (1781) y el orador español Olózaga (1805). El 10
vinieron un marino francés, Duguay-Trouin (1673) y el predicador Flechier
(1632). El 11, entre la opulencia de la primavera andaluza, llena de luz,
flores, aires tibios, arroyos murmuradores y poesía, Córdoba sonrió, y le diste
a Góngora (1561).
El 12 aumentaste con Arjona (1771) el número de los poetas
menores. El 13 concediste a Young, melancólico cantor de las Noches
(1773). Pero estos dones te parecían mezquinos, y el 15 dijiste con orgullo:
«allá va eso», y nació en Holanda Rembrant (1606). Para que los españoles no nos enojáramos, nos regalaste
el 17 a Espoz y Mina (1781). Los ingleses, que no querían ser menos, recibieron
el 18 a Castelreagh (1769). Pero tú querías halagar a Francia en aquella
semana, y en un solo día, el 19, le diste a su primer prosista, Pascal (1623),
y a Lamennais (1782); y el 20 a Leconte (1812), y el 21 a Royer Collard (1763),
y el 22 a Delille (1758). ¡Ay! Comprendiste que a Alemania no le habías dado
nada, y el mismo día 22 la obsequiaste con Guillermo Humboldt (1767), Mehul
(1763) y Malborough (1650) fueron regalitos del día 24; Carlos XII (1682) del
27.
Reservabas, sin embargo, tus mejores
dones para los últimos días, y el 28 dijiste a la humanidad: «Ahí tienes a
Rousseau» (1712). En un solo día, el 29, ¡fecundidad asombrosa! hiciste tres
obras maestras, que, se llamaron: Rubens (1577), Leopardi (1798), y Bastiat
(1801). El mundo insaciable pedía más, y el 30 le otorgaste un emperador, Pedro
el Grande (1672), y un artista, Horacio Vernet (1789).
Problema: dada la fecundidad para
producir grandes hombres, ¡oh Junio! si hubieras tenido 31 días ¿a quién nos
hubieras dado en el último?
Ese hombre que no ha nacido, ¿quién es? o mejor, ¿quién sería?
Pero también has matado gente. El
1.º te llevaste a Berthier; el 2 a D. Álvaro de Luna; el 4 a Laura, la novia de
Petrarca; el 5 a Egmont y Horn, el 8 a Jorge Sand; el 10 a Camöens; el 11 a
Bacon; el 12 a Xavier de Maistre, el 14 a Kleber; el 17 a D. Fermín Caballero;
el 21 a Moratín; el 24 a Zumalacárregui; el 25 a monseñor D'Affre; el 26 a
Pizarro; el 27 al Marqués del Duero, y el 28 Guillén de Castro. Has segado,
hermanito, has segado bastante. Esto prueba que tienes días tristes. Muchos
cayeron en ellos. En cuanto a mí, deseo que me dejes para tu 31.
Madrid.- 1876.
Junio puede ser también un mes para leer a Galdós.
Ya sabéis que podéis adquirir mi edición crítica de Trafalgar en vuestra librería habitual, indicando el título de la obra, el nombre del autor y que lo distribuyen Elkar y Santos Ochoa (el ISBN es 9781973569749)
Además:
En Madrid, en la librería Pérez Galdós de la calle Hortaleza.
En el País Vasco y Navarra, en las librerías del grupo Elkar.
En Logroño y Soria, en Santos Ochoa.
En San Sebastián, en Lagun y Hontza.
En Pamplona, en Walden.
En Logroño, en Cerezo.
Y on line:
https://www.elkar.eus/es/liburu_fitxa/trafalgar-ed-centenario/perez-galdos-benito/alvaro-ocariz-jose-a-ed/9781973569749
https://www.santosochoa.es/a/9781973569749/TRAFALGAR___EDICION_CRITICA
No hay comentarios:
Publicar un comentario