Escena V
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EVARISTA, ELECTRA.
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EVARISTA.-
Explícame ahora por qué estás tan juguetona y tan dislocada.
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ELECTRA.-
Verá usted, tía: Yo tengo una duda, ¿cómo diré? un problema...
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EVARISTA.-
¡Problemas tú!
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ELECTRA.-
Eso; en plural: problemas... porque no es uno solo.
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EVARISTA.-
¡Anda con Dios!
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ELECTRA.-
Y trato de que me los resuelva, con una o con pocas palabras...
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ELECTRA.-
(Suspirando.) Una persona que no está en este mundo.
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ELECTRA.-
Mi madre... No se asombre usted... Mi madre puede decirme... y luego
aconsejarme... ¿No cree usted que las personas que están en el otro mundo
pueden venir al nuestro? (Gesto de incredulidad de EVARISTA.)
¿Usted no lo cree? Yo sí, creo porque lo he visto. Yo he visto a mi madre.
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EVARISTA.-
¡Virgen del Carmen, cómo está esa pobre cabeza!
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ELECTRA.-
Cuando yo era una chiquilla de este tamaño...
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EVARISTA.-
¿En las Ursulinas de Bayona?
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ELECTRA.-
Sí... mi madre se me aparecía.
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EVARISTA.-
En sueños, naturalmente.
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ELECTRA.-
No, no: estando yo tan despierta como estoy ahora (Deja la muñeca sobre
una silla.)
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EVARISTA.-
Electra, mira lo que dices...
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ELECTRA.-
Cuando estaba yo muy triste, muy solita o enferma; cuando alguien me
lastimaba dándome a entender mi desairada situación en el mundo, venía mi
madre a consolarme. Primero la veía borrosa, desvanecida, confundiéndose con
los objetos lejanos, con los próximos. Avanzaba como una claridad...
temblando... así... Luego no temblaba, tía... era una, forma quieta, quieta,
una imagen triste; era mi madre: no podía yo dudarlo. Al principio la veía
vestida de gran señora, elegantísima. Llegó un día en que la vi con el traje
monjil. Su rostro entre las tocas blancas; su cuerpo, cubierto de las
estameñas obscuras, tenía una majestad, una belleza que no puede imaginar
quien no la vio...
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EVARISTA.-
¡Pobre niña, no delires!...
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ELECTRA.-
Al llegar cerca de mí, alargaba sus brazos como si quisiera cogerme. Me
hablaba con una voz muy dulce, lejana, escondida... no sé cómo explicarlo. Yo
le preguntaba cosas, y ella me respondía... (Mayor incredulidad de EVARISTA.)
¿Pero usted no lo cree?
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EVARISTA.-
Sigue, hija, sigue.
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ELECTRA.-
En las Ursulinas tenía yo una muñeca preciosa a quien llamaba también Lulú; y
mire usted qué misterio, tía, siempre que andaba yo por la huerta, al caer la
tarde, solita, con mi muñeca en brazos, tan melancólica yo como ella, mirando
mucho al cielo, era segura, infalible, la visión de mi madre... primero entre
los árboles, como figura que formaban los grupitos de hojas; después...
dibujándose con claridad y avanzando hacia mí por entre los troncos obscuros...
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EVARISTA.-
¿Y ya mayorcita, cuando vivías en Hendaya... también...?
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ELECTRA.-
Los primeros años nada más. Jugaba yo entonces con muñecas vivas: los
pequeñuelos de mi prima Rosaura, niño y niña, que no se separaban de mí: me
adoraban, y yo a ellos. De noche, en la soledad de mi alcoba, los niños
dormiditos, aquí ellos... yo aquí. (Señala el sitio de las dos
camas.) Por entre las dos camas pasaba mi madre, y llegándose a mí...
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EVARISTA.-
¡Oh! no sigas, por Dios. Me da miedo... Pero esas visiones, hija, se
concluyeron cuando fuiste entrando en edad...
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ELECTRA.-
Cuando dejé de tener a mi lado muñecas y niños. Por eso quiero yo volverme
ahora chiquilla, y me empeño en retroceder a la edad de la inocencia, con la
esperanza de que siendo lo que entonces era, vuelva mi madre a mí, y
hablemos, y me responda a lo que deseo preguntarle... y me dé consejo...
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EVARISTA.-
¿Y qué dudas tienes tú para...?
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ELECTRA.-
(Mirando al suelo.) Dudas... cosas que una no sabe y quiere
saber...
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EVARISTA.-
¡Qué tontería! ¿Y qué asunto tan grave es ese sobre el cual necesitas
consulta, consejo...
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ELECTRA.-
¡Ah! una cosa... (Vacila: casi está a punto de decirlo.)
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ELECTRA.-
Una cosa... (Con timidez infantil, manoseando la muñeca y sin atreverse
a declarar su secreto.) Una cosa...
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EVARISTA.-
(Severa y afectuosa.) Ea, ya es intolerable tanta puerilidad. (Le
quita la muñeca.) ¡Ay! Electra, niña boba y discreta, eres un prodigio
de inteligencia y gracia, cuando no el modelo de la necedad; tu alma se la
disputan ángeles y demonios. Hay que intervenir, hija; hay que mediar en esa
lucha, dando muchos palos a los demonios, sin reparar en que puedan caer
sobre ti y causarte algún dolor... (La besa.) Vaya formalidad. Necesitas
ocuparte en algo, distraer tu imaginación... No olvides que a las cinco...
Vete arreglando ya...
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EVARISTA.-
Tiempo de sobra tienes: tres cuartos de hora.
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EVARISTA.-
Y pocas bromas, Electra... ¡Cuidado!... (Vase por el foro; lleva la
muñeca cogida de un brazo, colgando.)
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