ELDIARIO
VASCO 05.04.21
Diego de León, el
Zumalacárregui de las tropas isabelinas
Héroe
romántico. El escritor donostiarra José Andrés Álvaro Ocáriz recupera en su
último libro la figura del general liberal que acosó a los carlistas y murió
fusilado a los 34 años.
BORJA
OLAIZOLA
No tembléis, disparad al corazón»,
ordenó el general Diego de León a los soldados que estaban a punto de
fusilarle. Corría el otoño de 1841 y el militar acababa de participar en el
fracasado asalto al Palacio Real que formaba parte del plan de O’Donnell para
desalojar del poder a Espartero. A diferencia de otros compañeros de la fallida
asonada, había renunciado a un cómodo exilio en el extranjero y había asumido
su destino con todas las consecuencias. «Es esa impronta de héroe romántico, de
figura que es capaz de dar la vida por la defensa de sus ideas, lo que me
atrajo de él», explica el donostiarra José Andrés Álvaro Ocáriz, que ha
dedicado su último libro al general fusilado hace ahora 180 años.
Diego de León solo tenía 34 años cuando
se plantó ante el pelotón de fusilamiento, pero lucía una hoja de servicios que
hubiese envidiado el más curtido veterano. «Tuvo un papel destacado en las guerras
carlistas y gracias a su arrojo muchas batallas se inclinaron a favor de los
liberales. Así como Tomás de Zumalacárregui fue el héroe de las filas
carlistas, Diego de León lo fue de las tropas isabelinas. La diferencia
–continúa el escritor donostiarra– es que sobre Zumalacárregui se ha escrito y
hablado hasta la saciedad mientras que de Diego de León apenas han llegado
noticias hasta nuestros días».
Descendiente de una familia noble
cordobesa, ingresó muy joven en la caballería, donde ascendió en el escalafón
de forma fulgurante gracias a la influencia de su padre, un hombre próximo a la
Corte, y a su indudable talento con las armas. El estallido de la Primera
Guerra Carlista le sorprendió como comandante de escuadrón del Regimiento de
Lanceros de la Guardia Real. Movilizado al frente del norte, no tardó en
destacar en las escaramuzas con las tropas de los seguidores de Carlos María
Isidro de Borbón en diferentes puntos de Navarra. Para la efeméride militar
quedó su actuación en Los Arcos, donde al mando de un escuadrón de 72 jinetes
se enfrentó a una columna carlista de 14 batallones y 500 caballos.
Sus intervenciones, mezcla de intuición
táctica, temeridad y fortuna, le valieron pronto el apodo de ‘primera lanza del
reino’ y su nombre empezó ser pronunciado con respeto y temor entre sus
enemigos. Su prestigio creció aún más tras las batallas de Mendigorria y
Arlaban y no tardó en recibir el mando del Regimiento de Húsares de la
Princesa. La unidad se convirtió en la pesadilla de las columnas carlistas que,
comandadas por el general Gómez, recorrieron buena parte de la península desde
junio de 1836.
Acceso a Pamplona
Recompensado por su arrojo con las
condecoraciones de mayor rango, la acción de guerra que le consagró de forma
definitiva fue la toma por dos veces del puente de Belascoain, un punto estratégico
en la ruta de acceso a Pamplona. Convertido ya en conde de Belascoain y en
virrey de Navarra, la llegada de Espartero a la regencia como consecuencia de
la revolución de septiembre de 1840, que obligó a María Cristina a partir al
exilio para evitar otra guerra civil, le situó en una difícil posición. Su
lealtad a la reina regente le llevó a sumarse al plan urdido por Narváez y
O’Donnell para desalojar a Espartero. A De León le correspondió una difícil
papeleta: tomar el Palacio Real. La tentativa resultó un fracaso y el general
fue apresado por un escuadrón de húsares. Uno de ellos, que había sido su
ayudante en el campo de batalla, le ofreció huir a Portugal, posibilidad que
rechazó a sabiendas de lo que le esperaba.
Recluido en un cuartel, la ‘primera
lanza del reino’ fue juzgado por un consejo de guerra y condenado a muerte sin
que las súplicas dirigidas a Espartero para que conmutase la pena surtiesen
efecto. El fusilamiento se consumó en la Puerta de Toledo apenas ocho días
después del asalto al Palacio Real. El propio general, que compareció vestido
con uniforme de gala, dio la orden de disparar al pelotón en una escena que
tuvo un amplio eco en los periódicos de la época y que contribuyó a revestir su
figura de una aureola épica.
Sintaxis enrevesada
«El siglo XIX es apasionante y hay una
serie de personajes realmente interesantes de los que hoy en día no se sabe
demasiado», reflexiona el escritor donostiarra, que ha dedicado muchas de sus
anteriores obras a figuras históricas. «Todos conocemos, por ejemplo, al
general Tomás de Zumalacárregui, pero de su hermano mayor, Miguel, que tuvo un
destacado papel histórico como político y diputado liberal en las Cortes de
Cádiz, se ignora casi todo».
El autor se ha basado en un texto
anónimo del XIX que recogía la biografía del general isabelino y lo ha adaptado
al lenguaje actual. «Los prosistas de ese siglo tenían una sintaxis muy enmarañada
que hoy en día se hace difícil de leer. El relato más popular sobre Diego de
León lo escribió Nicomedes Pérez García, pero yo me he inclinado por un escrito
que tiene una prosa menos enrevesada y la he adaptado al lenguaje de ahora para
que se pueda leer con fluidez».
El autor donostiarra también ha incluido
en la obra dos piezas de escritores que se hicieron eco de la epopeya del
general. La primera, firmada por Pío Baroja, recoge las peripecias de la columna
del general Gómez y el acoso que sufre por parte de los húsares encabezados por
De León. «Se diría que Baroja se adelanta en ese relato al que haría décadas
más tarde Camilo José Cela en ‘Viaje a la Alcarria’». apunta Álvaro. El segundo
texto es obra de Benito Pérez Galdós y se detiene en la batalla de Villarrobledo,
localidad albaceteña que fue testigo de un enfrentamiento entre los dos bandos
que se saldó con un triunfo isabelino en el que el papel de De León fue determinante.
Un retrato del general Diego de León
realizado por el pintor Augusto Ferrer-Dalmau ilustra la portada del libro. La
obra de este especialista en batallas históricas muestra al militar a lomos de
su caballo en plena carga y con el sable desplegado. Se trata de una pintura
realizada para la colección de arte de la Real Gran Peña, una sociedad
madrileña, que el artista ha cedido de forma desinteresada al escritor donostiarra.
Los beneficios de la publicación irán a parar al proyecto Libro Solidario, que
facilita libros para centros de estudios de países latinoamericanos.
Prólogo a cargo de un descendiente del
general
El prólogo del libro sobre Diego de León
es obra de un descendiente del general, Hipólito Sanchiz Álvarez de Toledo, V
Conde de Belascoain, que es doctor en Historia Antigua. Nieto del tataranieto
del primer conde, Sanchiz admite que la sombra de su antepasado ha perseguido a
su familia acompañada siempre de dos convicciones: que «tuvo una muerte injusta
y que se enfrentó a ella de una manera heroica». «Este sentimiento de
injusticia –continúa– ha quedado muy marcado en nosotros; injusticia, pero ya
sin odio hacia los que le fusilaron, porque no hay nada más patético que sacar
del armario, desempolvar y reciclar viejas rencillas para arrojárselas al
vecino como arma». El libro incluye también un artículo sobre el proceso que se
llevó a cabo contra Diego de León, además de medio centenar de notas a pie de
página y una veintena de fotografías, grabados y dibujos que ayudan a
contextualizar y comprender lo sucedido.
Ya sabéis que si deseáis adquirir un ejemplar, podéis ir a vuestra librería habitual, indicar el título, el nombre del autor y que lo distribuye ELKAR. Se puede adquirir on line en la web de ELKAR.
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