ABC, 28/02/2021
Diego de León | «¡Apuntad al
corazón!», las últimas palabras de un héroe cordobés del siglo XIX
Este militar se sublevó contra el general Espartero y
por ello fue fusilado hace ahora 180 año tras haber obtenido la gloria militar;
un libro recupera su biografía
Félix
Ruiz Cardador CÓRDOBA Actualizado:28/02/2021 22:41hGUARDAR
Para ir
desde la plaza de las Tendillas hasta Alfonso XIII hay que caminar por
la calle Diego de León, un nombre que a muchos poco les dirá. Justo al
lado, persiste como viejo edificio lo que hoy se conoce como el Instituto Luis
de Góngora y que en su origen fue el Colegio de Nuestra Señora de la Asunción.
Y allí fue donde estudió este militar y héroe decimonónico de luengo
mostacho y arrojo sin par, que con poco más de 30 años, y hace ahora
180, murió fusilado en Madrid en tiempos del general Baldomero Espartero,
espadón emblemático de la época y contra el que se había sublevado. Cuenta la
leyenda que justo antes de morir, gallardo él, Diego de León se
fumó un habano y que fue él mismo quien dirigió a su pelotón de fusilamiento al
grito de «¡Que nos os tiemble el pulso, disparad al corazón!». La
mitología, forjada por algunos de los mejores escritores españoles, envuelve
así al personaje y bien merecería una película que retratase sus gestas por el
Norte de España, en las guerras carlistas, cuyo recuerdo persiste.
De
hecho, con el fin de conmemorar su fusilamiento, el escritor vasco José
Andrés Álvaro Ocáriz acaba de publicar el libro 'Diego de León, conde
de Belascoain. El último romántico'. Se trata de un tributo en
el que recopila y actualiza un texto biográfico anónimo de la época,
que se completa con los relatos que tanto Benito Pérez Galdós, en uno de sus
'Episodios Nacionales', como Pío Baroja le dedicaron al alzamiento de Diego de
León y a la lucha de los opositores de Espartero y defensores
de la regente María Cristina, conocidos como Los Ayacuchos. También un poema de
Ramón del Campoamor dedicado al personaje. Según explica Álvaro Ocáriz, de
Diego de León «se ha escrito mucho sobre su muerte, pero poco sobre su vida»,
por lo que este trabajo recupera una versión más amplia de su biografía. Añade
que es «un personaje muy curioso y quizá sirva para tomar conciencia de su
importancia». El libro cuenta en su portada con uno de los cuadros que el
pintor Augusto Ferrer-Dalmau le ha dedicado al militar.
De la
vida cordobesa de Diego de León se sabe poco. Lo fundamental, que
nació el 30 de marzo de 1807, hijo de Diego Antonio de León, militar y marqués
de las Atalayuelas, y de María Teresa Navarrete. Muy joven se matriculó en
el Colegio de Nuestra Señora de la Asunción y con apenas 18 años
ingresó en el Ejército como capitán. A partir de ahí su vida fue hasta su fin
puro vértigo, con continuos ascensos -comandante en la Guardia Real, coronel de
los Húsares de la Princesa, comandante general de Navarra...- y glorias
militares sucesivas en la primera guerra carlista. Durante la misma, fue
uno de los principales bastiones en la lucha contra Carlos María Isidro y sus
seguidores y dio muestras de arrojo en la batalla de Mendigorría, en la toma de
Estella y Montejurra, en la batalla de Villarobledo o en el puente de
Belascoáin, que tomó dos veces y le valió su título nobiliario. También anduvo
por Andalucía tras los carlistas y persiguió al pretendiente por Cataluña,
previa al Abrazo de Vergara que puso fin al conflicto civil. De la primera guerra
carlista salió Diego de León convertido en uno de los más célebres militares,
apodado como 'La Primera Lanza del Reino' y con distinciones como la Laureada
de San Fernando o la Cruz de Isabel la Católica.
Su
suerte, como se explica bien en el libro de Álvaro Ocáriz, cambió sin embargo a
partir de ahí. Y es que el sosiego político, como era previsible en el
inestable contexto del XIX español, no llegó. Bien al contrario, lo que se
abrió fue una nueva crisis entre Espartero y la regente María Cristina,
que se acabó marchando al exilio francés en 1840. La división frente a
Espartero fue finalmente la que provocó el alzamiento de Leopoldo
O’Donnell de 1841, al que se sumó Diego de León y cuyo principal objetivo
era raptar a la Reina Isabel, por entonces una niña, para llevarla con su
madre. La operación les salió mal al no recibir los apoyos esperados y el
militar cordobés, que logró huir de Madrid, fue localizado por los Húsares de
la Princesa, a los que tantas veces había dirigido en el pasado. Aunque le
ofrecieron vía libre para que pudiese escapar a Portugal, Diego de León
pidió que lo llevasen a Madrid.
Allí lo
condujeron a Santo Tomás, el cuartel de la Milicia Nacional, y en apenas una
semana el Tribunal Militar dictó para él sentencia de muerte. En el
presidio hizo testamento, en el que legaba todo a su mujer, Pilar Juez, y a sus
hijos, los niños José y Antonio, y escribió una amorosa carta a su esposa.
«Quisiera estar hablándote toda la noche, por ser la última que te dirijo la
palabra», le explicaba en una misiva que rubricaba con el lema «La muerte
menos temida da más vida». Aunque hubo muchas voces pidiendo su
indulto, el militar cordobés fue ajusticiado en la Puerta de Toledo,
lugar al que lo llevaron en carruaje, vestido con uniforme de gala y con la
banda de la Cruz de Isabel la Católica. «No muero como traidor», cuentan
que fueron las últimas palabras de este cordobés valiente que vivió deprisa,
deprisa, con el mismo vértigo alocado que se escribió la historia del XIX
español.
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