lunes, 17 de agosto de 2020

Las mejores obras de la poesía española (en mi opinión, claro)-4

 El Canciller Ayala

 

Pedro Lope de Ayala, Canciller de Castilla, es un personaje poco conocido. Sin embargo, escribió una obra importante, el Rimado de Palacio, una obra crítica con la sociedad que le tocó vivir.

Nació en Vitoria en 1332 y falleció en Calahorra (La Rioja) en 1407. Fue un gran escritor del siglo XIV, y uno de los políticos más destacados de su tiempo. Fue canciller de Castilla (algo equivalente a primer ministro en nuestros días), título por el que ha pasado a la Historia.

Era hijo de una poderosa familia aristocrática, y pronto recibió una buena educación, basada en estudios humanísticos. Aprendió, sobre todo, latín y Teología, con su tío Pedro Gómez Barrosa, que había sido nombrado cardenal en 1327.

Pronto dejó la tutela de este tío para ponerse a las órdenes del rey Pedro I, al que sirvió de muchacho como doncel (o sea, paje). Así se hizo muy amigo del rey, quien confiaba ciegamente en él y le nombró capitán de la flota castellana (1359) y alguacil mayor de Toledo (1360).

Sin embargo, en las luchas que enfrentaron a Pedro I con Enrique II, Pedro López de Ayala defendió a este último en la batalla de Nájera. Al resultar vencedor Pedro I, el escritor fue hecho prisionero y acusado de traición, pero sólo pasó en la cárcel cinco meses, ya que Enrique II consiguió hacerse con el trono.

Su carrera política continuó en ascenso: fue alcalde mayor de Vitoria (1374), alcalde mayor de Toledo (1375) y embajador del reino de Castilla en Francia (1376). Siguió siendo diplomático cuando subió al trono de Castilla Juan I, y participó en las campañas militares contra el reino de Portugal.

En 1385 fue hecho prisionero por los portugueses, tras la derrota de los castellanos en la batalla de Aljubarrota. Pasó dos años y medio en presidio, y en 1388 regresó a Castilla y reanudó su carrera diplomática. Volvió a desempeñar eficaces misiones en Francia.

Al morir Juan I en 1390, dejó como heredero del trono de Castilla a su hijo Enrique III, que era menor de edad. Se formó entonces un Consejo de Regencia encargado de gobernar hasta que el rey fuera mayor, y don Pedro López de Ayala quedó incluido en ese consejo.

En 1398, Enrique III, ya convertido en rey, le nombró Canciller Mayor de Castilla.Su sepulcro y el de su esposa, doña Leonor de Guzmán, se conserva en la localidad alavesa de Quejana, en el valle de Ayala. Bueno, el original está en Chicago y el de aquí es una copia, pero merece la pena visitarse.

 

 

 

 

 

 

 

 

 Tumba del Canciller Pedro López de Ayala

 

 

 

 

Detalle del sepulcro de alabastro del Canciller Pero López de Ayala. Monasterio de Quejana

Al Canciller Ayala se le recuerda sobre todo por su obra en verso, aunque también fue autor de muchos libros en prosa.

Fue un gran cronista (es decir, historiador de la época en que vivió) que dejó escritas cuatro crónicas imprescindibles para el estudio de la historia de España. En ellas recogió los episodios más notables de cada uno de los cuatro reyes a los que sirvió (Pedro I, Enrique II, Juan I y Enrique III). Al parecer, escribió estas historias de dichos reinados al final de su vida, e hizo dos versiones de cada una de ellas.

Además, escribió obras inspiradas en la lectura de la Biblia, sobre todo en el Libro de Job, del que sacó una buena colección de consejos morales.

También fue autor de una obra de cetrería. Se trata del Libro de la caça de las aves.

Y tradujo al castellano, en prosa, las Décadas de Tito Livio (obra sobre la historia de la Antigua Roma) y la Caída de príncipes, del gran escritor italiano Giovanni Boccaccio.

Pero su gran obra en verso, por la que ha pasado a la Historia como escritor, es el Rimado de palacio. Es un extenso poema de más de ocho mil versos, escrito al final de su vida.

Es una obra variada, con partes didácticas (es decir, que aspiran a educar al lector), políticas, religiosas y filosóficas. En ella se refleja a la perfección la sociedad castellana del siglo XIV y los problemas que afectaban al reino. El Canciller se muestra pesimista (cree que no hay solución para muchos males).

En la segunda parte del Rimado de palacio, el autor trata temas religiosos: alabanza de la Virgen María, oraciones en verso y reflexiones sobre los problemas de la Iglesia de la época.

Lo que le sucedió es que tuvo que "competir" con el Libro de Buen Amor  y por eso quedó olvidado, pero refleja muy bien los defectos de la sociedad que le tocó vivir.

 

Estos son los versos que dedica a la justicia:

 

La justicia que es virtud atán noble e loada,                   

que castiga a los malos e la tierra tien' poblada,            

débenla guardar reyes e ya la tienen olvidada,               

seyendo piedra preciosa de la su corona honrada.                    

 

Al rey que justicia amare Dios siempre le ayudará,                   

e la silla de su regno con Él firme será;                

en el cielo comenzó e por siempre durará:                     

d'esto el Señor cada día muchos enjiemplos nos da.                 

 

A esta traen la paz e verdat acompañada,                       

resplandece como estrella en la tierra do es guardada;             

el rey que la toviere ceñirá muy noble espada,               

mas bien cate, si la hobiere, que la tenga bien temprada.                    

 

Muchos ha que por crueza cuidan justicia fazer,                       

mas pecan en la manera, ca justicia debe ser                 

con toda su pïedat e la verdat bien saber;                       

al fazer la ejecución siempre se debe doler.                    

 

Ca en todas virtudes los medios son loados,                  

e d'ellas los estremos siempre serán tachados:              

así lo ponen filósofos e todos los letrados,                     

e leemos dende ciertos aspiramentos probados.                       

 

Por el rey matar homnes non le llaman justiciero,                    

ca sería nombre falso, mas propio es carnicero;            

ca la muy noble justicia nombre tien' verdadero                       

el sol de mediodía, de la mañana luzero.            

 

El que en fazer justicia non tiene buen tempramiento             

e por queja o por saña faze sobrepujamiento,                

o por que sea loado que es de buen regimiento,            

este tal non faz justicia mas faz destruimiento.             

 

Por los nuestros pecados en esto fallescemos:               

los que cargo de justicia en algunt logar tenemos,                    

si algunt tiempo acaesce que alguno enforquemos,                  

esto es porque es pobre o que loados seremos.            

 

Si toviere el malfechor alguna cosa que dar,                   

luego fallo veinte leyes con que lo puedo ayudar;                     

e digo luego: «Amigos, aquí mucho es de cuidar                       

si debe morir este homne o si debe escapar».                

 

Si va dando o prometiendo algo al adelantado,            

alongarse ha su pleito fasta que sea esfriado;                 

e después en una noche, porque non fue bien guardado,                    

fuxó de la cadena: nunca rastro le han fallado.              

 

Si el cuitado es muy pobre e non tiene algunt cabdal,              

non le valdrán las Partidas nin ningunt decretal:                      

«¡Crucifige, crucifige!», todos dizen por el tal,               

«ca es ladrón manifiesto e meresce mucho mal».                      

 

Danos el rey sus oficios por nos fazer merced,               

e sus villas e logares en justicia mantener;                     

e cómo nos las regimos, Dios nos quiera defender:                   

e puedo fablar en esto, ca en ello tove que ver.              

 

Con mujeres e con fijos ý nos imos a morar,                  

e con perros e cabaña nuestras casas a sentar,               

las posadas de la villa las mejores señalar,                      

ado moren nuestros homnes que sabrán bien furtar.                

 

Sin el propio salario demandámosles ayuda;                 

dánnoslo de mala mente, aunque la fruente les suda;              

el rey, que buen jüez en su villa tener cuida,                  

tiene una mala yerba que peor fiede que ruda.              

 

E ponemos luego ý al nuestro logarteniente,                 

que pesquiera e escuche si fallare acidente,                   

por que nos algo levemos, e será bien deligente;                       

si alguno estropieza, faga cuenta que es doliente.                     

 

Luego es puesto en la prisión, cargado de cadenas,                  

que non vea sol nin luna, menazándol d'haber penas;              

pero si diese un paño de Melinas con sus trenas,                      

valerle ha pïedat: no l' pornién de las almenas.              

 

Viene luego el concejo; diz: «Señor, ¿qué fue aquesto?            

Este es un homne llano, siempre l' vimos de buen gesto:                     

dadlo sobre fiadores, cualquier de nos será presto                    

de tornarlo a la prisión». Digo yo: «Otro es el testo:                 

 

este es un grant traidor, meresce ser enforcado;                       

días ha que lo conosco por homne mal enfamado;                   

si agora el rey lo supiese, por cierto serié pagado                      

por cuanto yo lo tomara, e lo tengo recabdado».                       

 

Viene a mí después aparte a fablar un mercador,                      

diz: «Señor, dadme aqueste homne, pues só vuestro servidor,                       

e tomad de mí en joyas para en vuestro tajador,                       

estos seis marcos de plata o en oro su valor».                

 

Dígole yo: «Non faría por cierto tan mal fecho: 

vos bien me conoscedes, non me pago de cohecho,                  

pero por vuestra honra, si entendedes ý provecho,                   

levadlo a vuestra casa, non vos salga de so el techo.                 

 

Nunca lo sepa ninguno, nin lo tengades en juego,                    

ca me perderién el miedo los malfechores luego;                      

dezidle que se castigue, de mi parte ý vos ruego,                      

ca en amar la justicia así ardo como fuego».                  

 
















 

 



 

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