He esperado a esta fecha para hacer coincidir la de este mes con la fecha de su cumpleaños.
Os recuerdo que ahora que ya empiezan a abrirse las librerías, es buen momento para homenajear a Galdós leyendo alguna de sus obras, como la edición crítica que he realizado de Trafalgar.
Ya sabéis que la podéis adquirir en vuestra librería habitual, indicando el título de la obra, el nombre del autor y que lo distribuyen Elkar y Santos Ochoa (el ISBN es 9781973569749)
Además:
En Madrid, en la librería Pérez Galdós de la calle Hortaleza.
En el País Vasco y Navarra, en las librerías del grupo Elkar.
En Logroño y Soria, en Santos Ochoa.
En San Sebastián, en Lagun y Hontza.
En Pamplona, en Walden.
En Logroño, en Cerezo.
Y on line:
https://www.elkar.eus/es/liburu_fitxa/trafalgar-ed-centenario/perez-galdos-benito/alvaro-ocariz-jose-a-ed/9781973569749
https://www.santosochoa.es/a/9781973569749/TRAFALGAR___EDICION_CRITICA
Para este mes he seleccionado un texto no muy conocido pero no, por ello, menos interesante. Me he permitido efectuar algunos cambios; es decir, una edición crítica. Espero que os guste.
La conjuración de las palabras
Érase un gran edificio llamado Diccionario
de la Lengua Castellana, de tamaño tan colosal y fuera de medida que, al
decir de los cronistas, ocupaba casi la cuarta parte de una mesa, de estas que,
destinadas a varios usos, vemos en las casas de los hombres. Si hemos de creer
a un viejo documento hallado en viejísimo pupitre, cuando ponían al tal
edificio en el estante de su dueño, la tabla que lo sostenía amenazaba
desplomarse, con detrimento de todo lo que había en ella. Formábanlo dos anchos
murallones de cartón, forrados en piel de becerro jaspeado y en la fachada, que
era también de cuero, se veía un ancho cartel con doradas letras, que decían al
mundo y a la posteridad el nombre y significación de aquel gran monumento.
Por dentro, era mi laberinto tan
maravilloso que ni el mismo de Creta se le igualara. Dividíanlo hasta
seiscientas paredes de papel con sus números llamados páginas. Cada espacio
estaba subdividido en tres corredores o crujías muy grandes, y en estas crujías
se hallaban innumerables celdas, ocupadas por los ochocientos o novecientos mil
seres que en aquel vastísimo recinto tenían su habitación. Estos seres se
llamaban palabras.
Una mañana sintióse gran ruido de
voces, puñadas, choque de armas, roce de vestidos, llamamientos y relinchos,
como si un numeroso ejército se levantara y vistiese a toda prisa,
apercibiéndose para una tremenda batalla. Y a la verdad, cosa de guerra debía
de ser, porque a poco rato salieron todas o casi todas las palabras del Diccionario,
con fuertes y relucientes armas, formando un escuadrón tan grande que no
cupiera en la misma Biblioteca Nacional. Magnífico y sorprendente era el
espectáculo que este ejército
presentaba, según me dijo el testigo ocular que lo presenció todo desde un
escondrijo inmediato, el cual testigo ocular era un viejísimo Flos sanctorum, forrado en pergamino, que en el
propio estante se hallaba a la sazón.
Avanzó la comitiva hasta que
estuvieron todas las palabras fuera del edificio. Trataré de describir el orden
y aparato de aquel ejército, siguiendo fielmente la veraz, escrupulosa y
auténtica narración de mi amigo el Flos sanctorum.
Delante marchaban unos heraldos
llamados Artículos, vestidos con magníficas dalmáticas y cotas de finísimo
acero: no llevaban armas, y sí los escudos de sus señores, los Sustantivos, que
venían un poco más atrás. Éstos, en número casi infinito, eran tan vistosos y gallardos
que daba gozo verlos. Unos llevaban resplandecientes armas del más puro metal y
cascos en cuya cimera ondeaban plumas y festones; otros vestían lorigas de
cuero finísimo, recamadas de oro y plata; otros cubrían sus cuerpos con luengos
trajes talares, a modo de senadores venecianos. Aquéllos montaban poderosos
potros ricamente enjaezados, y otros iban a pie. Algunos parecían menos ricos y
lujosos que los demás; y aún puede asegurarse que había bastantes pobremente
vestidos, si bien éstos eran poco vistos, porque el brillo y elegancia de los
otros, como que les ocultaba y obscurecía.
Junto a los Sustantivos marchaban
los Pronombres, que iban a pie y delante, llevando la brida de los caballos, o
detrás, sosteniendo la cola del vestido de sus amos, ya guiándoles a guisa de
lazarillos, ya dándoles el brazo para sostén de sus flacos cuerpos porque, sea
dicho de paso, también había Sustantivos muy valetudinarios y decrépitos y
algunos parecían próximos a morir.
También se veían no pocos Pronombres
representando a sus amos, que se quedaron en cama por enfermos o perezosos. Estos
Pronombres formaban en la línea de los Sustantivos como si de tales hubieran
categoría. No es necesario decir que los había de ambos sexos; y las damas
cabalgaban con igual donaire que los hombres y esgrimían las armas con tanto
desenfado como ellos.
Detrás venían los Adjetivos, todos a
pie; eran como servidores o satélites de los Sustantivos, porque formaban al
lado de ellos, atendiendo a sus órdenes para obedecerlas. Era cosa sabida que
ningún caballero Sustantivo podía hacer cosa derecha sin el auxilio de un buen
escudero de la honrada familia de los Adjetivos; pero éstos, a pesar de la
fuerza y significación que prestaban a sus amos, no valían solos ni un ardite y
se aniquilaban completamente en cuanto quedaban solos. Eran brillantes y
caprichosos sus adornos y trajes, de colores vivos y formas muy determinadas; y
era de notar que, cuando se acercaban al amo, éste tomaba el color y la forma
de aquéllos, quedando transformado al exterior, aunque en esencia el mismo.
Como a diez varas de distancia
venían los Verbos, que eran unos señores de lo más extraño y maravilloso que
puede concebir la fantasía.
No es posible decir su sexo, ni
medir su estatura, ni pintar sus facciones, ni contar su edad, ni describirlos
con precisión y exactitud. Basta saber que se movían mucho y a todos lados, y
tan pronto iban hacia atrás como hacia delante, y se juntaban dos para andar
emparejados. Lo cierto del caso, según me aseguró el Flos sanctorum, es que sin los tales personajes no
se hacía cosa a derechas en aquella República y, si bien los Sustantivos eran
muy útiles, no podían hacer nada por sí y eran como instrumentos ciegos cuando
algún señor Verbo no los dirigía.
Tras éstos venían los Adverbios, que
tenían catadura de pinches de cocina; como que su oficio era prepararles la
comida a los Verbos y servirles en todo. Es fama que eran parientes de los
Adjetivos, como lo acreditaban viejísimos pergaminos genealógicos, y aún había
Adjetivos que desempeñaban en comisión la plaza de Adverbios, para lo cual
bastaba ponerles una cola o falda que decía: mente.
Las Preposiciones, eran enanas; y
más que personas parecían cosas. Moviéndose iban junto a los Sustantivos para
llevar recado a algún Verbo, o viceversa. Las Conjunciones andaban por todos
lados metiendo bulla y una de ellas especialmente, llamada que, era el
mismo enemigo y a todos los tenía revueltos y alborotados, porque indisponía a
un señor Sustantivo con un señor Verbo y a veces trastornaba lo que éste decía,
variando completamente el sentido. Detrás de todos marchaban las
interjecciones, que no tenían cuerpo, sino tan sólo cabeza con gran boca
siempre abierta. No se metían con nadie y se manejaban solas; que, aunque pocas
en número, es fama que sabían hacerse valer.
De estas palabras, algunas eran
nobilísimas, y llevaban en sus escudos delicadas empresas, por donde se venía
en conocimiento de su abolengo latino o árabe; otras, sin alcurnia antigua de
que vanagloriarse, eran nuevecillas, plebeyas o de poco más o menos. Las nobles
las trataban con desprecio. Algunas había también en calidad de emigradas de
Francia, esperando el tiempo de adquirir nacionalidad. Otras, en cambio,
indígenas hasta la pared de enfrente, se caían de puro viejas y yacían
arrinconadas, aunque las demás guardaran consideración a sus arrugas; y las
había tan petulantes y presumidas, que despreciaban a las demás mirándolas
enfáticamente.
Llegaron a la plaza del Estante y la
ocuparon de punta a punta. El verbo Ser hizo una especie de cadalso o
tribuna con dos admiraciones y algunas comas que por allí rodaban y subió a él
con intención de dar un discurso. Pero le quitó la palabra un Sustantivo muy
travieso y hablador, llamado Hombre, el cual, subiendo a los hombros de
sus edecanes, los simpáticos Adjetivos Racional y Libre, saludó a
la multitud, quitándose la H, que a guisa de sombrero le cubría, y empezó a
hablar en estos o parecidos términos:
“Señores: La osadía de los
escritores españoles ha irritado nuestros ánimos y es preciso darles justo y
pronto castigo. Ya no les basta introducir en sus libros contrabando francés,
con gran detrimento de la riqueza nacional, sino que, cuando por casualidad se
nos emplea, trastornan nuestro sentido y nos hacen decir lo contrario de
nuestra intención. (Bien, bien.) De nada sirve nuestro noble origen
latino, para que esos tales respeten nuestro significado. Se nos desfigura de
un modo que da grima y dolor. Así, permitidme que me conmueva, porque las
lágrimas brotan de mis ojos y no puedo reprimir la emoción”. (Nutridos
aplausos.)
El orador se enjugó las lágrimas con
la punta de la e, que de faldón le servía, y ya se preparaba a
continuar, cuando le distrajo el rumor de una disputa que no lejos se había
entablado.
“Perro, follón y sucio vocablo; por
ti me traen asendereado y me ponen como salvaguardia de toda clase de destinos.
Desde que cualquier escritor no entiende palotada de una ciencia, se escuda con
el Sentido Común y ya le parece que es el más sabio de la tierra.
Vete, negro y pestífero Adjetivo, lejos de mí, o te juro que no saldrás con
vida de mis manos."
Y al decir esto, el Sentido
enarboló la t y dándole un garrotazo con ella a su escudero, le dejó tan
malparado, que tuvieron que ponerle un vendaje en la o, y bizmarle las
costillas de la m porque se iba desangrando por allí a toda prisa.
“Haya paz, señores” -dijo un
Sustantivo Femenino llamado Filosofía, que con dueñescas tocas blancas
apareció entre el tumulto. Mas en cuanto le vio otra palabra llamada Música,
se echó sobre ella y empezó a mesarle los cabellos y a darle coces, cantando
así:
-Miren la bellaca, la sandía, la loca;
¿pues no quiere llevarme encadenada con una Preposición, diciendo que yo tengo
Filosofía? Yo no tengo sino Música, hermana. Déjeme en paz y púdrase de vieja
en compañía de la Alemana, que es obra vieja loca.
-Quita allá, bullanguera -dijo la Filosofía
arrancándole a la Música el penacho o acento que muy erguido sobre la u
llevaba: -quita allá, que para nada vales, ni sirves más que de pasatiempo
pueril.
-Poco a poco, señoras mías -gritó un
Sustantivo, alto, delgado, flaco y medio tísico, llamado el Sentimiento.
A ver, señora Filosofía, si no dice usted esas cosas a mi hermana o
tendremos que vernos las caras. Estése usted quieta y deje a Perico en su casa,
porque todos tenemos trapitos que lavar y si yo saco los suyos, ni con colada
habrán de quedar limpios.
-Miren el mocoso -dijo la Razón
que andaba por allí en paños menores y un poquillo desmelenada, - ¿qué sería de
estos badulaques sin mí? No reñir y cada uno a su puesto, que si me incomodo...
- ¿Quién le ha dado a usted vela en
este entierro, tío Mal? Váyase al Infierno, que ya está de más en el
mundo.
-No, señoras, perdonen usías, que no
estoy sino muy retebién. Un poco decaidillo andaba pero después que tomé este
lacayo, que ahora me sirve, me voy remediando. - Y mostró un lacayo que era el
Adjetivo Necesario.
-Quítenmela, que la mato -chillaba
la Religión, que había venido a las manos con la Política; -
quítenmela, que me ha usurpado el nombre para disimular en el mundo sus
socaliñas y gatuperios.
-Basta de indirectas. ¡Orden! -dijo
el Sustantivo Gobierno, que se presentó para poner paz en el asunto.
Déjalas que se arañen, hermano
-observó la Justicia-; déjelas que se arañen que ya sabe vuecencia que
rabian de verse juntas. Procuremos nosotros no andar también a la greña, y
adelante con los faroles.
Mientras esto ocurría, se presentó
un gallardo Sustantivo, vestido con relucientes armas, trayendo un escudo con
peregrinas figuras y lema de plata y oro. Llamábase el Honor y venía a
quejarse de los innumerables desatinos que hacían los humanos en su nombre,
dándole las más raras aplicaciones y haciéndole significar lo que más les venía
a cuento.
Pero el Sustantivo Moral, que
estaba en un rincón atándose un hilo en l que se le había roto en la
anterior refriega, se presentó, atrayendo la atención general. Quejóse de que
se le subían a las barbas ciertos Adjetivos advenedizos y concluyó diciendo que
no le gustaban ciertas compañías y que más le valiera andar solo, de lo cual se
rieron otros muchos Sustantivos fachendosos que no llevaban nunca menos de seis
Adjetivos de servidumbre.
Entretanto, la Inquisición,
una viejecilla que no se podía tener, estaba dando fuego a una hoguera que
había hecho con interrogantes gastados, palos de T y paréntesis rotos,
en la cual hoguera dicen que quería quemar a la Libertad, que andaba
dando zancajos por allí con muchísima gracia y desenvoltura. Por otro lado,
estaba el Verbo Matar dando grandes voces y, cerrando el puño con rabia,
decía de vez en cuando:
Oyendo lo cual. el Sustantivo Paz
acudió corriendo tan aprisa que tropezó en la z con que venía calzada y
cayó cuan larga era, dándose un gran batacazo.
Allá voy -gritó el Sustantivo Arte,
que ya se había metido a zapatero. - Allá voy a componer este zapato, que es
cosa de mi incumbencia.
Y con unas comas le clavó la z
a la Paz, que tomó vuelo y se fue a hacer cabriolas ante el Sustantivo Cañón,
de quien dicen estaba perdidamente enamorada.
No pudiendo ni el Verbo Ser,
ni el Sustantivo Hombre, ni el Adjetivo Racional, poner en orden
a aquella gente y, comprendiendo que de aquella manera iban a ser vencidos en
la desigual batalla que con los escritores españoles tendrían que emprender,
resolvieron volverse a su casa. Dieron orden de que cada cual entrara en su
celda y así se cumplió; costando gran trabajo encerrar a algunas camorristas
que se empeñaban en alborotar y hacer el coco.
Resultaron de este tumulto bastantes
heridos, que aún están en el hospital de sangre o sea Fe de erratas del Diccionario.
Han determinado congregarse de nuevo para examinar los medios de imponerse a la
gente de letras. Se están redactando las pragmáticas que establecerán el orden
en las discusiones. No tuvo resultado el pronunciamiento, por gastar el tiempo
los conjurados en estériles debates y luchas de amor propio, en vez de
congregarse para combatir al enemigo común: así es que concluyó aquello como el
Rosario de la Aurora.
El Flos sanctorum me asegura que la Gramática
había mandado al Diccionario una embajada de géneros, números y casos
para ver si, por las buenas y sin derramamiento de sangre, se arreglaba los
trastornados asuntos de la Lengua Castellana.
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