Antic, adiós al fútbol
minucioso, a la amistad sin condiciones
ORFEO SUÁREZ
Lunes, 6
abril 2020 - 23:54
Muere Radomir Antic, un hombre que deja grandes recuerdos en el
fútbol, en especial para el Atlético de Madrid, después de luchar durante meses
contra una complicada enfermedad. Pero muere, sobre todo, un hombre que dejaba
amigos allá por donde pasaba, por equipos que no necesariamente vestían de
rojiblanco, como de ello pueden dar testimonio Míchel, Fernando
Hierro, Andrés Iniesta o Víctor Valdés, y gran parte de
quienes han estado vinculados al Real Zaragoza o al Real Oviedo. Lo mismo
sucedía en los medios de comunicación, entre ellos EL MUNDO, donde sus
opiniones eran claras y duras, nada políticas. Así era Antic, cercano y cálido
en el trato personal, directo y exigente en lo profesional. Un entrenador
minucioso y un hombre que hizo de la amistad, como escribió Tahar Ben Jelloun,
una religión sin Dios.
Radomir había nacido en Zitiste, en Yugoslavia, en 1948. Es seguro que le
habría gustado que se dijera de esa forma: Yugoslavia. A pesar del éxito y el
bienestar para su familia, asentada en Madrid, al que le había llevado el fútbol,
jamás dejó de atormentarse por el sufrimiento de su pueblo durante y después de
la guerra de los Balcanes. Ese pueblo eran todos, no únicamente los serbios.
Era imposible encontrar un anfitrión como Rado en Belgrado, siempre en
el aeropuerto esperando para explicar cada lugar y cada episodio de la historia
de su tierra. Hijo de militar, había sido educado con severidad y austeridad.
Solía recordar, a menudo, la anécdota de la primera vez que, casi adolescente,
apareció en un periódico local por un partido de fútbol. Se lo mostró a su
madre y ésta le contestó: "Muy bien, hijo. Mañana todo el pueblo irá al
servicio contigo".
El fútbol era su profesión y su pasión, pero lo era, en realidad, todo el
deporte. Era un consumado jugador de ajedrez, jamás se perdía un partido de Novak
Djokovic, al que le unía una excelente relación, igual que con los grandes
técnicos del baloncesto balcánico, desde Zeljko Obradovic a Boza
Maljkovic. Era un conversador infatigable, pese a su atropellado español, y
un hombre de familia, que no dudaba en abrir su casa a sus amigos, muy próxima
a la de Mariano Rajoy, en Aravaca, Madrid. Si le decías si podías verle,
siempre contestaba con su acento metálico: "¡Sin lugar duda!"
Férreos principios
De todos los equipos era capaz de contar alguna anécdota, como cuando decía
a Emilio Butragueño que dejara de presionar, porque necesitaba sus
energías para otra cosa, y que para lo otro ya estaba Adolfo Aldana. Del
Madrid lo echó Ramón Mendoza cuando el Madrid estaba líder, antes de
acabar despeñado en Tenerife, y en el Atlético encontró la cima con el doblete
en el año 96, frente a un ya decadente Barcelona de Johan Cruyff. Había
convivido con Jesús Gil, a quien recordaba bajo sus principios de la
amistad y de la gratitud, pese a todo lo demás y a un descenso que también le
tocó sufrir y del que tenía muchas sospechas. Con ese secreto nos ha dejado.
Había viajado por numerosos países, ya que después de triunfar en el
Partizan de Belgrado como jugador se marchó a Turquía, al Fenerbahçe. A continuación
llegó su primer paso por España, para jugar en el Zaragoza, en 1978. De ahí
pasó al Luton Town, etapa que le había dejado un gran recuerdo del fútbol
inglés. Como entrenador, recorrió prácticamente el mismo ciclo, Partizan y
Zaragoza, donde tuvo como segundo a un licenciado en Filosofía y Letras que no
se había perdido, todavía como estudiante, ningún entrenamiento de otro
compatriota serbio, Vujadin Boskov. Era Víctor Fernández, que
después triunfaría en el puesto de primer entrenador. Antic, no obstante, llevó
aquel año al equipo maño a la UEFA.
Los métodos de la escuela yugoslava ya se habían mostrado avanzados para
los españoles no sólo por Boskov, sino en la era Miljan Miljanic, uno de
los primeros en llegar a la Liga, como bien recuerdan Del Bosque y los
futbolistas de la época en el Madrid. Antic era un heredero de esa tradición.
Míchel o Hierro recuerdan bien sus formas y, hoy, se encuentran entre algunas
de las personalidades del fútbol más impactadas por su muerte. Esa forma de
trabajar hizo campeón al Atlético pero no pudo enderezar a un Barcelona de
locura en los últimos años del nuñismo, con Joan Gaspart al
frente. "Dos meses allí eran como dos años en otro lugar", recordaba.
La selección serbia, en el Mundial de Sudáfrica, fue su último gran desafío,
llamado por su país en misión de salvación. El fútbol chino, en los últimos
tiempos, fue un paso testimonial de alguien que era entrenador todos los días,
y amigo en esta y en la siguiente vida. Allí nos vemos, Rado.
Oda a Platko
Ni el mar, que frente a ti saltaba sin poder
defenderte.
Ni la lluvia. Ni el viento, que era el que más rugía.
Ni el mar, ni el viento, Platko,
rubio Platko de sangre,
guardameta en el polvo,
pararrayos.
No nadie, nadie, nadie.
Camisetas azules y blancas, sobre el aire.
camisetas reales, contrarias, contra ti,
volando y arrastrándote.
Platko, Platko lejano,
rubio Platko tronchado,
tigre ardiente en la yerba de otro país.
¡Tú, llave, Platko, tu llave rota,
llave áurea caída ante el pórtico áureo!
No nadie, nadie, nadie,
nadie se olvida, Platko.
Volvió su espalda al cielo.
Camisetas azules y granas flamearon,
apagadas sin viento.
El mar, vueltos los ojos,
se tumbó y nada dijo.
Sangrando en los ojales,
sangrando por ti, Platko,
por ti, sangre de Hungría,
sin tu sangre, tu impulso, tu parada, tu salto
temieron las insignias.
No nadie, Platko, nadie,
nadie se olvida.
Fue la vuelta del mar.
Fueron diez rápidas banderas
incendiadas sin freno.
Fue la vuelta del viento.
La vuelta al corazón de la esperanza.
Fue tu vuelta.
Azul heroico y grana,
mando el aire en las venas.
Alas, alas celestes y blancas,
rotas alas, combatidas, sin plumas,
escalaron la yerba.
Y el aire tuvo piernas,
tronco, brazos, cabeza.
¡Y todo por ti, Platko,
rubio Platko de Hungría!
Y en tu honor, por tu vuelta,
porque volviste el pulso perdido a la pelea,
en el arco contrario al viento abrió una brecha.
nadie, nadie se olvida.
El cielo, el mar, la lluvia lo recuerdan.
Las insignias.
Las doradas insignias, flores de los ojales,
cerradas, por ti abiertas.
No nadie, nadie, nadie,
nadie se olvida, Platko.
Ni el final: tu salida,
oso rubio de sangre,
desmayada bandera en hombros por el campo.
¡Oh, Platko, Platko, Platko
tú, tan lejos de Hungría!
¿ Qué mar hubiera sido capaz de no llorarte ?
Nadie, nadie se olvida,
no, nadie, nadie, nadie.
(Rafael Alberti)
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