domingo, 31 de agosto de 2025
Otro artículo sobre Salvador Manzanares
Bretún recupera la figura de Salvador Manzanares,
héroe de la Guerra de la Independencia y ministro de Gobernación.
La Fundación Vicente
Marín trabaja en dar a conocer a este soriano, nacido en Bretún en 1788 y cuyo
nombre figuró en las Cortes de Madrid junto con otros personajes ilustres de la
contienda que libró a España de la invasión francesa.
Salvador Manzanares Fernández, nacido en Bretún el 18
de enero de 1788, fue ministro de Gobernación (equivalente al de Interior) del
Reino de España en 1823. Hijo del médico Francisco de Sales Manzanares,
destinado a Bretún, y de Águeda Fernández de la Magdalena, ingresó en la
Academia de Ingenieros de Alcalá de Henares en 1805.
Tras la ocupación francesa de 1808, se dirigió con su
unidad a la zona libre de Valencia, desde donde organizó la resistencia frente
al ocupante. Incorporado al ejército del general Castaños, se enfrentó a los
franceses en la localidad navarra de Tudela, donde fue hecho prisionero y
deportado a Francia. En 1812 logró huir de su cautiverio y regresó a la
Península, donde desarrolló una activa labor en la definitiva expulsión de las
tropas francesas.
La vuelta al trono de Fernando VII supuso que fuese
perseguido en España por sus ideas liberales y que tuviera que huir al país
galo. Tras el triunfo del pronunciamiento liberal de Riego, en 1820, regresó
del exilio y proclamó en Pamplona la Constitución liberal de Cádiz junto a
Espoz y Mina.
Durante el llamado Trieno Liberal fue tesorero del
Ejército de Cataluña y editor del periódico 'El Indicador Catalán'. También fue
jefe político de Valencia y presidente de la Real Sociedad Económica de Amigos
del País Valenciano. En 1823, en plena invasión francesa de los Cien Mil Hijos
de San Luis, que tenía como objeto restaurar la monarquía absolutista en
España, Manzanares fue nombrado por el Gobierno liberal legítimo ministro de
Gobernación (Interior), cargo que ocupó hasta la rendición del Gobierno
liberal, sitiado en Cádiz.
Gibraltar
Desde Gibraltar, donde se había refugiado, Manzanares
viajó a Inglaterra, donde vivió como exiliado hasta 1829, cuando que regresó al
peñón para colaborar con el general Torrijos en la restauración del liberalismo
en España. En febrero de 1831 entró Manzanares en España al frente de un puñado
de hombres. Hostigado por fuerzas gubernamentales, el 7 de marzo cayó en una
emboscada y murió de un disparo, en las proximidades de Estepona (Málaga). Los
restos mortales de Manzanares y de sus compañeros de armas reposan en el
cementerio de la localidad andaluza.
Tras la muerte de Fernando VII, el nombre de
Manzanares fue colocado en un lugar de honor del hemiciclo de las Cortes, junto
a Torrijos, Mariana Pineda y Espoz y Mina. La malagueña asociación 'Manzanares
-Estepona 1831' conmemora anualmente la figura del bretunense con una
recreación histórica de su muerte violenta.
Fundación Vicente Marín
Actualmente, gracias a la mediación de la Fundación
Vicente Marín, Bretún estará asociado a partir de ahora a estas celebraciones,
así como a la reivindicación de la figura de este importante personaje
histórico originario de Tierras Altas.
Fruto de las investigaciones llevadas a cabo por el
historiador Ramón Jiménez Fraile, ha podido identificarse en Bretún el lugar de
nacimiento de Manzanares, en uno de cuyos muros fue hallado una pistola de la
época.
La intención de la Fundación Vicente Marín es dar a
conocer a partir de ahora la figura de Salvador de Manzanares, un personaje
soriano de trascendencia histórica, injustamente olvidado.
sábado, 30 de agosto de 2025
Artículo sobre Salvador Manzanares
Salvador Manzanares, historia
de un héroe
Su
vida podría haber inspirado más de una novela o guion cinematográfico, con
varias fugas, guerra y exilio
José María
Guerrero, La Huella De
Salduba
Estepona
31/10/2023
05:30 Actualizado a 31/10/2023 09:18
Estamos acostumbrados a creer que los derechos y
libertades de los que disfrutamos hoy, son inherentes a nuestra propia
existencia.
En base a esta creencia, padecemos la mala memoria
necesaria para olvidar a los defensores de aquel puñado de preceptos que,
expuestos sobre el papel, formaron las primeras constituciones, las primeras
cartas magnas que otorgaban valor a la vida de hombres y mujeres, a sus
necesidades y a sus sueños, simplemente, porque eran propietarios del
derecho.
Muchos de aquellos defensores murieron por sus
creencias. Sus nombres, a menudo, resuenan por calles y plazas, de boca de
colectivos culturales que procuran rescatarlos del olvido. Vienen a mi memoria
ilustres como Rafael de Riego, Fernández Golfín, Mariana
Pineda, José María de Torrijos o
Salvador Manzanares.
La vida de Salvador Estanislao Manzanares Fernández
podría haber inspirado más de una novela o guion cinematográfico. Nacido en
Bretún (Soria), el 18 de enero de 1788, hijo del médico Francisco de Sales
Manzanares y Águeda Fernández de la Magdalena, ingresaría en la carrera
militar, en Infantería, para incorporarse posteriormente a la Academia de
Ingenieros en Alcalá de Henares.
Allí comenzaría su cercana amistad con José María de
Torrijos, de la que conservamos evidencias de su puño y letra, refiriéndose a
este como "amigo querido" y en las que se cita la cercana
relación que las esposas de ambos mantenían.
Fue amigo de José
María de Torrijos, de lo que existen evidencias de su puño y letra
Según su expediente militar, custodiado en el Archivo
Militar General de Segovia (AMGS), estando en la villa de Alcalá de Henares, en
el Regimiento Real de Zapadores Minadores, tendría noticia de los
levantamientos del 2 de mayo de 1808 en Madrid y del intento napoleónico de
controlar los cuerpos militares de España, por lo que Manzanares iniciaría una
fuga hacia Levante, para unirse a la resistencia del Ejército español.
Marcharía con las tropas españolas a luchar contra los
invasores franceses en Tudela donde, en la famosa batalla, caería preso el 23
de noviembre de 1808 y sería recluido en Dijon (Francia), escapando del
cautiverio en aquella ciudad.
Atrapado cerca de la frontera española, fue conducido
al castillo de Joux, próximo a Suiza, fortaleza de la que también escaparía,
junto con varios reclusos, perforando el techo y descolgándose con unas sábanas
por los muros (Álvarez Vázquez, M.: Salvador E. Manzanares Fernández
(1788-1831): Datos biográficos para entender la
insurrección liberal de 1831 en el Campo de Gibraltar. Instituto de
Estudios Campogibraltareños. Almoraima, 2001).
En junio de 1812 consigue volver a España e integrarse
en el Ejercito de Catalunya y después en el de Aragón. En 1815 es ascendido a
teniente coronel de Infantería, ingresando en el Estado Mayor del Ejército como
comisionado para la vigilancia de los movimientos de Napoleón en Francia (AGMS).
Volvería a Madrid en 1816 para contraer matrimonio con
María Mercedes de Guilleman, hija del fallecido Fernando Justo Antonio de
Guilleman, miembro del Consejo de Su Majestad, desempeñando distintas funciones
en las Secretarías de Estado y de la Guerra.
La joven era nieta de Antonio Adrián de Guilleman,
natural de Flandes, donde poseía señoríos y vasallajes. Del matrimonio nacería
una única hija (dato que se confirma en la Revista Nacional,
edición del 17 de octubre de 1836). Permanecería en la Academia de Ingenieros
de Alcalá de
Henares, como profesor, desde 1817.
Con el pronunciamiento de Rafael de Riego, el primero
de enero de 1820, en el pueblo sevillano de Las Cabezas de San Juan, la vida militar y política de Salvador Manzanares
cambiaría para siempre.
Posicionado del lado de los llamados liberales,
reclamaría la vigencia de la Constitución de 1812 y el fin del Antiguo Régimen
en España. Nunca mostró simpatizar con los valores republicanos,
pero sí con los del parlamentarismo, defendiendo la necesidad de que el poder,
emanado de la nación y no del rey, tomase forma en unas Cortes Generales, que
se elegirían mediante sufragio censitario.
Posicionado del
lado de los liberales, reclamaría la vigencia de la Constitución de 1812 y el
fin del Antiguo Régimen en España
Este posicionamiento lo llevó a un breve exilio
en Francia,
en 1819, hostigado por el Tribunal de la Santa Inquisición, que conocía sus
tendencias liberales. Fernando VII aceptaría la Constitución en marzo de 1820 y
la juraría el 9 de julio de aquel año.
Salvador Manzanares se incorporaría al Ejército de Catalunya, del que sería reclamado a Madrid para
formar parte de a la Junta de Organización de la Milicia Nacional, un cuerpo de
orden público que serviría a la causa liberal. Participaría en acciones para
frenar a los sediciosos que se alzaban contra el Gobierno constitucional del Trienio Liberal, como en el caso
del conocido "cura Merino". Sería nombrado jefe político de Valencia
en 1822.
En 1823, con los ejércitos de los Cien Mil Hijos de
San Luis cruzando España, por llamado de Fernando VII, que pretendía restaurar
el absolutismo, Manzanares ocuparía cargos como ministro de Guerra, brevemente,
o de Gobernación, con la distinción de "secretario de Estado y del
Despacho de la Gobernación de la Península".
En los momentos finales del Trienio Liberal, sitiado
el Gobierno en Cádiz, sufriendo una segunda invasión francesa de España, dos en
quince años, se producirían conocidas comunicaciones entre Manzanares y
Torrijos, este último, defendiendo Cartagena ya prácticamente sin recursos
económicos.
Años más tarde, la viuda de Torrijos, Luisa Sáenz de
Viniegra, daría muestras de la profunda amistad y compañerismo entre su esposo
y Manzanares, en la obra Vida del General D. José María de Torrijos
Uriarte, publicada en Madrid, en 1860.
Con la rendición de los liberales y ante la falsa
promesa de perdón general de Fernando VII, que se tornó en una persecución de
todo opositor al Antiguo Régimen, Manzanares sería detenido en Sevilla en marzo
de 1826 y conducido a Madrid.
De este cautiverio lograría, una vez más, fugarse, en
noviembre de aquel año. Desconocemos si contó con la colaboración de antiguos
compañeros que, además, podrían haber entorpecido su encausamiento, generando
retrasos en la emisión de informes respecto a su conducta como agente liberal
(AGMS). Manzanares deberá entonces exiliarse, iniciando un probable periplo que
lo llevaría a Lisboa, Londres y Gibraltar.
Desde Gibraltar y con Torrijos en la ciudad,
prepararía la insurrección. Se conoce la presencia del exministro de la
Gobernación de España en la colonia desde 1828.
Con la caída del absolutismo en Francia y la
entronización de Luis Felipe de Orleans como monarca constitucional, la nueva
revolución liberal ganaría alas y Manzanares se lanzaría a la batalla por la
Constitución española. Partiría, en repetidas ocasiones, con la intención
frustrada de sublevar Algeciras y sin posibilidad de asaltar La Línea de la
Concepción, tomaría Los Barrios la noche del 21 de febrero de 1831,
pronunciándose formalmente a favor de la Constitución.
Desconocemos por qué no marchó hacia Vejer de la
Frontera, donde le esperaban aliados.
Optó por dirigirse hacia Estepona y las estribaciones serranas de Sierra
Bermeja, camino de Ronda. Quizás pensaba capitanear la serranía desde su
cabecera, para la que Torrijos había destinado fondos en pro de su adhesión a
la causa liberal.
Lo cierto es que una conjura de alcaldes absolutistas
y fuerzas realistas de la zona, impulsados por Andrés Masegosa, haría caer
sobre Manzanares y sus hombres la hueste comandada por el teniente coronel
Ildefonso Matilde Monasterio.
Manzanares no moriría en batalla en el puerto de
Babonaque, lo haría asesinado por un cabrero de apellido Gil, en el paraje de
La Romera, donde estaba refugiado con algunos de sus hombres, esperando un
transporte pactado para regresar a Gibraltar y rehacer sus fuerzas, el 7 de
marzo de 1831. Su cadáver sería conducido, expuesto y sepultado en
Estepona.
Manzanares no murió
en batalla, sino asesinado por un cabrero
Sus hombres morirían fusilados en la playa de la
localidad pocos días después, muy cerca del arroyo de La Cala. Torrijos y sus
hombres sufrirían un destino parecido en Málaga en diciembre de aquel mismo
año. El joven esteponero Pedro Manrique estaba entre ellos. (Revista Ejército
958. Ministerio de Defensa, 2001).
En el patio primero del Cementerio Histórico de
Estepona reposa Salvador Estanislao Manzanares Fernández, héroe y defensor de
la patria, del primer modelo constitucional, junto con sus hombres, en un blanco
y discreto mausoleo.
Fue sepultado allí tras un entierro solemne celebrado
seis años después de su asesinato. Escoltado por autoridades, militares y
ciudadanos que acudieron a rendir su más sincero homenaje a los que, al fin,
descansaban dignamente.
Hoy son pocos los que recuerdan la hazaña de estos
bravos. La Asociación Cultural Manzanares Estepona 1831 y
algunos vecinos y amigos de este espacio histórico lo hacen.
Con frecuencia adecentan y guardan, para la memoria de
España y de las libertades civiles universales, este monumento, así como la
memoria de Salvador Manzanares y sus hombres, celebrando cada año sus vidas y
obra conjunta, por las calles y plazas de Andalucía, donde aún viven.
Salvador Manzanares, mártir de la libertad
La historia del liberalismo español
está tejida con los nombres de grandes figuras políticas, militares y
pensadores que, en condiciones adversas, apostaron por transformar un país
anclado en el absolutismo en una nación de ciudadanos libres. Sin embargo,
muchos de estos protagonistas han quedado relegados a los márgenes de la
memoria colectiva. Uno de ellos es Salvador Manzanares Fernández (1788–1831),
un militar liberal soriano cuya vida resume, en buena medida, los ideales,
fracasos y esperanzas del movimiento liberal durante la primera mitad del siglo
XIX. Nacido en la localidad de Bretún (Soria) en pleno reinado de Carlos III, y
ejecutado en Estepona tras un intento desesperado de insurrección contra el
absolutismo de Fernando VII, Manzanares representa la figura del héroe trágico
cuya fidelidad a unos principios le condujo, finalmente, a la muerte.
En esta obra nos proponemos
rescatar del olvido la figura de Salvador Manzanares, reconstruyendo su
trayectoria vital e ideológica. Se trata de una aproximación biográfica,
histórica y crítica, que pretende situar al personaje dentro del complejo entramado
político de su tiempo, pero también poner de relieve la dimensión simbólica de
su acción: la resistencia liberal como acto de fe en la libertad frente al
autoritarismo institucionalizado.
La vida de Manzanares se enmarca en
un período especialmente convulso para la Historia de España: desde los últimos
años del Antiguo Régimen hasta el fracaso de las expediciones liberales de la
década de 1830. Fue contemporáneo de acontecimientos decisivos como la Guerra
de la Independencia Española (1808–1814), el Trienio Liberal (1820–1823) y la
posterior década absolutista, dominada por la represión, el exilio y las
conspiraciones. En cada uno de estos escenarios, Manzanares no fue un mero
espectador, sino un actor comprometido que sufrió prisión, exilio y finalmente
la muerte por mantenerse fiel a la causa constitucional.
Su historia personal es también la
historia de una generación frustrada, diezmada por la represión, pero
fundamental en la configuración del liberalismo posterior. A pesar de ello, su
nombre ha permanecido ausente de la mayoría de manuales de Historia general.
Sólo algunos estudios o trabajos especializados en las expediciones liberales
del sur de España lo mencionan brevemente. Esta falta de atención
historiográfica contrasta con la relevancia simbólica de su última acción
militar en 1831, cuando intentó —junto con otros exiliados— tomar varias
localidades del Campo de Gibraltar y la Costa del Sol, siendo finalmente
capturado y ejecutado en Estepona. Este intento, aunque fracasado, anticipó el
clima de insurrección que culminaría con la consolidación de un régimen liberal
moderado.
La obra se estructura en siete
capítulos, que abordan cronológicamente las etapas principales de su vida: su
juventud; su participación en la Guerra de la Independencia y su cautiverio en
Francia; el exilio forzado por su vinculación con la masonería; su
participación en el Trienio Liberal; la posterior represión absolutista y su
huida a Gibraltar; los preparativos y ejecución del intento insurreccional de
1831 y, por último, el legado y memoria de su figura.
Nuestro propósito es reivindicar a
Salvador Manzanares como un símbolo del compromiso liberal en tiempos de
persecución, y también como un ejemplo de coraje político y fidelidad a unos
ideales en una época de traiciones y oportunismos. Pretendemos no sólo llenar un vacío
historiográfico, sino también contribuir a una comprensión más completa de la
lucha liberal en España, reconociendo la pluralidad de sus protagonistas y las
múltiples formas que adoptó la resistencia contra el absolutismo.
Queremos dar las gracias a todos ustedes que se acercan a este libro. Que puedan conocer
mejor la vida y la labor que llevó a cabo este militar liberal que hizo suyas
estas palabras de Cervantes: “La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos
dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los
tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por
la honra, se puede y debe aventurar la vida.”
Salvador
Manzanares Fernández fue, ante todo, un hombre comprometido con las ideas de
libertad y justicia que marcaron una época convulsa en la Historia de España.
Nacido en 1788 en la localidad soriana de Bretún, su vida transcurrió en un
contexto de grandes transformaciones políticas y sociales, desde el absolutismo
decimonónico hasta las primeras olas de liberalismo que pretendían transformar
el país.
Su ingreso
en el ejército en 1805 coincidió con el estallido de la Guerra de la
Independencia contra Napoleón, donde Manzanares vivió de cerca la brutalidad
del conflicto y la fragilidad de las instituciones. Su cautiverio en Francia y
su posterior fuga son muestras del temple y la determinación que acompañaron
toda su trayectoria.
Al terminar
la guerra, el retorno del absolutismo supuso para Manzanares un duro revés. Fue
perseguido por sus ideas liberales, lo que le obligó al exilio en Francia. Sin
embargo, lejos de renunciar, continuó desde el extranjero organizando y
promoviendo la resistencia contra el régimen autoritario de Fernando VII.
Su papel
durante el Trienio Liberal (1820–1823) y, especialmente, en el exilio en
Gibraltar y las conspiraciones contra la restauración absolutista, muestran un
hombre que no sólo fue militar, sino también un ideólogo y líder político. La
colaboración con compañeros como el general Torrijos fue clave en sus
expediciones para intentar derrocar el régimen y reinstaurar la libertad
constitucional.
Finalmente,
su captura y ejecución en Estepona en 1831 fueron el trágico epílogo de una
vida entregada a la causa liberal, pero también el inicio de un legado que
perduraría en la memoria histórica española y en la lucha por la libertad.
Desde una
perspectiva histórica, Salvador Manzanares representa la complejidad y las
contradicciones del liberalismo español en su primera etapa. No fue una figura
central en la política nacional ni alcanzó notoriedad en los grandes círculos
de poder, pero su relevancia radica en encarnar la lucha provincial, popular y
militar contra el absolutismo.
Manzanares
no sólo combatió en el campo de batalla, sino que supo integrar la acción
directa con la construcción de redes políticas clandestinas. Esto lo convierte
en un ejemplo del liberalismo insurgente, que supo aprovechar tanto las armas
como las ideas para desafiar a un sistema político opresivo.
Su figura ha
sido reivindicada por historiadores liberales y modernos estudios académicos
como una pieza clave para comprender la persistencia de las corrientes
progresistas en España.
Su memoria
sigue siendo fuente de inspiración para la historiografía y la cultura política
contemporáneas.
Los ideales
que defendió Salvador Manzanares Fernández —libertad, constitucionalismo,
justicia, resistencia frente a la tiranía— mantienen una sorprendente vigencia en
el contexto actual. Su lucha por la instauración de un régimen constitucional y
la defensa de derechos políticos fundamentales resuenan en las sociedades
democráticas modernas.
Además, su
experiencia nos recuerda la importancia del compromiso individual y colectivo
frente a las amenazas autoritarias y el retroceso democrático. Su capacidad
para unir acción militar, compromiso político y valores éticos constituye un
modelo para quienes creen en la defensa de la libertad desde todos los ámbitos.
En un mundo
donde la democracia enfrenta nuevos retos, la memoria de figuras como
Manzanares nos invita a reflexionar sobre la necesidad de vigilancia, coraje y
perseverancia para preservar los derechos conquistados y ampliar la justicia
social.
En
definitiva, Salvador Manzanares Fernández no es sólo un personaje histórico,
sino un símbolo atemporal de la lucha por la dignidad y la libertad. Su vida y
obra continúan inspirando a generaciones que aspiran a construir sociedades más
justas, libres y democráticas.
El libro se puede adquirir en Amazon, tanto en formato libro como en formato e-book.
miércoles, 27 de agosto de 2025
Manolo de la Calva
En su memoria, éste es un artículo que aparecía en Libertad Digital;
Manuel de la Calva: 'Resistiré' fue el lema de sus últimos años
Manuel de la Calva, integrante del Dío Din´mico, ha fallecido a los 88 años. Fue un hombre de carácter nada egocéntrico, sencillo, atento y cercano.
¿Cómo era Manuel de la Calva Diego, barcelonés de ochenta y ocho años que acaba de morir en el hospital Anderson de Madrid, a causa de un proceso pulmonar. Trataremos de apuntar aspectos de su interesante personalidad a lo largo de tanto tiempo.
Fundamentalmente, pese a su aspecto a primera vista algo adusto, quizás introvertido, se escondía un hombre de carácter nada egocéntrico: sencillo, atento, cercano. Por cuantos éxitos conseguidos como componente del Dúo Dinámico hubiera podido vanagloriarse siempre. Nunca lo vimos envanecido. Tuvo unas cuantas novias, lo asediaban -igual que a Ramón, su compañero- quinceañeras enamoradas de ellos y sus canciones. Pero cuando formó una familia nunca les conocimos a ambos otras mujeres que sus esposas. Manolo, que así lo llamaban familiarmente, fue absolutamente fiel, que sepamos, a Mirna, su encantadora esposa, y un padre ejemplar.
Nacido en Barcelona el 15 de febrero de 1937, Manuel de la Calva vino al mundo en plena guerra civil. Manuela, se llamaba su madre, Manuel su padre. En vísperas de que llegara al mundo, hubo el primer bombardeo en la Ciudad Condal y aquella, ya nacido el niño, lo llevaba más de una vez al refugio de la plaza de Urquinaona. Confió a una vecina: "Si tengo que morir que sea con mi hijo en brazos". Afortunadamente, concluida la contienda, la familia de la Calva hubo de adaptarse a las muchas necesidades de la postguerra. El progenitor entró en la Guardia Urbana en el Ayuntamiento barcelonés, y hacía horas extra como taquillero y acomodador en el cine Atlanta. Manuel tuvo un hermano. Y de chico y adolescente pasó muchas calamidades en su hogar. Cuando lo conocí, le propuse que me contara cosas de su vida. Recojo parte de aquellas confesiones.
"Provengo de una familia modesta. Con los chicos de mi barrio yo era "el jefe de la pandilla". Cometía toda clase de fechorías y volvía a casa lleno de rasguños y golpes, y mi padre encima me daba palizas a diario. Estudiaba con los Escolapios, sujeto a una gran disciplina pero yo me la saltaba con frecuencia y me escapaba de casa. ¿Mi afición musical? Cantaba en el coro del colegio, participando en la Santa Misa, pero si darle importancia puesto que lo mío era jugar y hacer travesuras constantemente. Mi padre me obligó a aprender a nadar, inscribiéndome en un club. Seguí allí peleándome, sin querer desarrollarme físicamente. Hasta que a los trece años me tomé en serio la natación y fui miembro del equipo juvenil nacional de natación. Eso me permitió competir fuera de España, de lo que me sentí orgulloso, durante cuatro años"
Manuel de la Calva me permitió acceder a sus primeros escarceos amorosos: "Con once años yo estaba muy desarrollado físicamente. En la playa conocí a una bailarina de flamenco, llamada Lola, que fue mi primera novia. Si así puede llamarse. Estuvimos tres meses viéndonos. Me enseñó a ver la vida con toda la realidad posible a mi edad, pues ella tenía veintidós años. Sentí miedo. Tomamos mucha confianza. Al separarnos, creí que era el fin del mundo. Un amor imposible, que guardé para mí, pues aun considerando que yo era abierto de carácter, me mostré introvertido y reservado con es historia. Fue un bonito cuento de hadas".
Corría el año 1957 cuando Manuel de la Calva fundó un cuarteto de jazz con unos amigos: "Ellos sí que interpretaban piezas de ese género siendo yo el que peor cantaba pero en ese club privado recuerdo que iban a vernos y a escucharnos unos músicos consagrados como Tete Montoliú y Ramón Farrán. Aquello me costaba algún dinero, pero espiritualmente me sirvió de mucho al sentir el jazz con toda intensidad"
Por otra parte, Manuel de la Calva había entrado a trabajar en una fábrica de aviación como aprendiz, donde coincidió con Ramón Arcusa. Ambos estudiaban peritaje industrial. En la fábrica cobraban según ambos, una miseria: mil pesetas al mes, que entregaban en casa. Cuando recordamos esos años, finales de la década de los 50, hemos de puntualizar que en general, jóvenes veinteañeros como ellos no llegaban ni por asomo a percibir esa cantidad, aunque en Barcelona, existía un nivel económico algo más elevado que en el resto del país.
Manuel de la Calva simpatizó pronto con Ramón Arcusa pues además de compartir problemas laborales en aquella fábrica Elizalde, les unía su pasión musical. Y como de vez en cuando ensayaban canciones de Elvis Presley y Paul Anka, entre otras estrellas del rock, accedieron a actuar para sus compañeros en una fiesta de Navidad de 1958. Fue el germen de lo que meses más tarde los llevó, tras su éxito inicial, a abandonar la fábrica y dedicarse a actuar con el sobrenombre de Dúo Dinámico. Pero ese historial, lo dejamos aparte para proseguir con otras pinceladas periodísticas sobre Manuel de la Calva.
Ya apuntaba el propio Manuel que fue novio primerizo cuando era todavía un niño. Y así, el adolescente y luego joven mantuvo más contactos con chicas. Se le daba bien ligar. Entre muchas muchachas que acabaron en sus brazos, hemos encontrado en las páginas de una publicación el nombre de una rubia llamada María del Carmen Irisarri, con la que apareció fotografiado a principios de 1960. Era el comienzo discográfico del Dúo Dinámico. Por entonces se creó un club de "fans" con su nombre. Sólo había otro, el que aglutinaba las admiradoras de un buen intérprete melódico, José Guardiola. Puede suponerse que más de una de aquellas "dinámicas" acabara enamorándose de Manuel (y de Ramón, por supuesto).
Con el paso de los años, Manuel de la Calva no quería frivolizar tales amistades. Y todo cambiaría para él cuando conoció a Mirna Carvajal. Corría el mes de abril de 1968. Y en Barcelona, ambos se encontraron circunstancialmente. La atractiva colombiana no sabía quién era Manuel, acaso le sonarían canciones del Dúo Dinámico, pero el caso es que el amor entre ambos surgió repentinamente sin que mediara por medio la popularidad del músico y cantante.
La relación entre los dos fue tan apasionada que, cinco meses más tarde, el 23 de septiembre de 1972, la pareja contrajo matrimonio. Mirna aportó una hija de una anterior relación, Vicky, a la que Manuel siempre quiso como hija propia. Más adelante tuvieron un varón, Daniel. Vicky ha ejercido su profesión de diseñadora de joyas. Daniel, es ilustrador.
Nunca a este matrimonio se les conoció crisis sentimental de ningún tipo. Mirna ha estado siempre unida a Manuel; es una mujer sencilla, de carácter amable. Ha acompañado a Manuel en muchos de sus desplazamientos. Lo echaba de menos si tenía él que cumplir sus contratos fuera de casa.
Una alarma surgió en el hogar de los de la Calva el año 2007. A Manuel le diagnosticaron un cáncer de colon. Cuando tras una operación salió adelante, manifestó: "Si no hubieran descubierto mi mal a tiempo a estas horas no podría contarlo. Esto me ha hecho recapacitar para llevar una vida distinta y no querer llevar siempre la razón". Y en adelante, Manuel continuaría superando algún otro contratiempo. Siempre con un lema: resistiré. Como el título de la canción a la que puso música a un texto de Carlos Toro, excelente articulista deportivo y letrista de varios centenares de melodías.
Tras una larga época en la que el Dúo Dinámico se retiró de los escenarios y los discos, mientras Ramón Arcusa trabajaba para Emi-Odeón y luego se fue a Miami a colaborar con Julio Iglesias, Manuel de la Calva entró en otra empresa discográfica, Columbia, donde hizo de productor y relaciones públicas, amén de componer para varios artistas. Siempre fue muy trabajador. El ocio no fue nunca con él. Cuento una anécdota personal para insistir que no era nada divo, sino un tipo de lo más sencillo. En cierta ocasión, no contando con botones o persona alguna en el despacho de Columbia, Manuel se desplazó hasta mi domicilio para entregarme un sobre que contenía el billete de avión que yo esperaba para desplazarme a Londres, con objeto de hacer un reportaje a un artista de esa discográfica. No estaba yo en casa y fue mi madre quien abrió la puerta a Manuel. Quiso darle una propina, desconociendo, la pobre, la identidad de mi amigo. Quien sonriente, se disculpó, bajando a pie los cuatro pisos de mi vivienda, sin ascensor. Al comentarle días después aquel gesto, Manuel de la Calva le quitó toda la importancia. ¿Obraría así, como él, otro grande de la música?
He sentido mucho tu marcha, Manolo, como tantos millones de españoles.