Como en el anterior lo dedicamos al Poema de Mío Cid, en éste seguiremos con el tema y os mostraré una serie una serie de poemas relacionados con el tema.
Cuando el rey de León Fernando I muere divide el reino
entre sus hijos y una de sus hijas, doña Urraca, le dice que a ver si por ser
mujer se va a quedar sin nada.
Este romance es la primera muestra en nuestra
literatura de lo que algunos llaman empoderamiento de la mujer. Como ven, no es
una cosa moderna, sino que ya estaba en nuestra literatura.
Este es el romance en el que pide a su padre moribundo
ser igual a sus hermanos .
-
Morir vos queredes, padre, ¡San
Miguel vos haya el alma!
Mandastes las vuestras tierras a quien se vos antojara:
diste a don Sancho a Castilla, Castilla la bien nombrada,
a don Alfonso a León con Asturias y Sanabria,
a don García a Galicia con Portugal la preciada,
¡y a mí, porque soy mujer, dejáisme desheredada!
Irme he yo de tierra en tierra como una mujer errada;
mi lindo cuerpo daría a quien bien se me antojara,
a los moros por dinero y a los cristianos de gracia;
de lo que ganar pudiere, haré bien por vuestra alma.
Allí preguntara el rey: —¿Quién es esa que así habla?
Respondiera el arzobispo: —Vuestra hija doña Urraca.
—Calledes, hija, calledes, no digades tal palabra,
que mujer que tal decía merecía ser quemada.
Allá en tierra leonesa un rincón se me olvidaba,
Zamora tiene por nombre, Zamora la bien cercada,
de un lado la cerca el Duero, del otro peña tajada.
¡Quien vos la quitare, hija, la mi maldición le caiga!
Todos dicen: «Amen, amen», sino don Sancho que calla.
Mandastes las vuestras tierras a quien se vos antojara:
diste a don Sancho a Castilla, Castilla la bien nombrada,
a don Alfonso a León con Asturias y Sanabria,
a don García a Galicia con Portugal la preciada,
¡y a mí, porque soy mujer, dejáisme desheredada!
Irme he yo de tierra en tierra como una mujer errada;
mi lindo cuerpo daría a quien bien se me antojara,
a los moros por dinero y a los cristianos de gracia;
de lo que ganar pudiere, haré bien por vuestra alma.
Allí preguntara el rey: —¿Quién es esa que así habla?
Respondiera el arzobispo: —Vuestra hija doña Urraca.
—Calledes, hija, calledes, no digades tal palabra,
que mujer que tal decía merecía ser quemada.
Allá en tierra leonesa un rincón se me olvidaba,
Zamora tiene por nombre, Zamora la bien cercada,
de un lado la cerca el Duero, del otro peña tajada.
¡Quien vos la quitare, hija, la mi maldición le caiga!
Todos dicen: «Amen, amen», sino don Sancho que calla.
Cuando Sancho sitia Zamora, envía al Cid a negociar con doña Urraca, pero ésta le
recuerda al caballero algo que no se esperaba, o sí…
¡Afuera,
afuera, Rodrigo,
el soberbio castellano!
Acordársete
deberías
de
aquel buen tiempo pasado
que
te armaron caballero
en
el altar de Santiago,
cuando
el rey fue tu padrino,
tú,
Rodrigo, el ahijado;
mi
padre te dio las armas,
mi
madre te dio el caballo,
yo
te calcé espuela de oro
porque
fueses más honrado;
pensando
casar contigo,
¡no
lo quiso mi pecado!,
casástete
con Jimena,
hija
del conde Lozano;
con
ella hubiste dineros,
conmigo
hubieras estados;
dejaste
hija de rey
por
tomar la de un vasallo.
En
oír esto Rodrigo
volvióse
mal angustiado:
-¡Afuera,
afuera, los míos,
los
de a pie y los de a caballo,
pues
de aquella torre mocha
una
vira me han tirado!,
no
traía el asta hierro,
el
corazón me ha pasado;
¡ya
ningún remedio siento,
sino
vivir más penado!
En el romancero queda huella de la muerte de Sancho.
-Guarte, guarte, rey don Sancho
no digas que no te aviso
que de dentro de Zamora
un alevoso ha salido:
llámase Bellido Dolfos,
hijo de Dolfos Bellido,
cuatro traiciones ha hecho,
y con ésta serán cinco;
si gran traidor fue el padre,
mayor traidor es el hijo.
Gritos dan en el real:
que a don Sancho han mal herido:
muerto le ha Bellido Dolfos,
gran traición ha cometido.
Desque le tuviera muerto,
metióse por un postigo;
por las calles de Zamora
va dando voces y gritos:
-Tiempo era, doña Urraca,
de cumplir lo prometido.
(Este es el portillo, para unos de la traición y para otros de la lealtad, por el que cuenta la tradición que salió Vellido Dolfos para matar al rey Sancho.)
Alfonso, hermano de Sancho, es obligado por el Cid a
jurar que no ha tenido nada que ver en la muerte de su hermano. Estamos
hablando de la Jura de Santa Gadea.
(Jura
de Santa Gadea. Vela Zanetti. Cúpula de la Diputación de Burgos.)
En Santa Gadea de Burgos,
do juran los hijosdalgo,
le tomaban jura a Alfonso
por la muerte de su hermano.
Tomábasela el buen Cid,
ese buen Cid castellano,
sobre un cerrojo de fierro
y una ballesta de palo,
y con unos evangelios
y un crucifijo en la mano.
Las palabras son tan fuertes,
que al buen rey ponen espanto:
-Villanos te maten, Alfonso,
villanos, que no hidalgos,
de las Asturias de Oviedo,
que no sean castellanos;
mátente con aguijadas,
no con lanzas ni con dardos;
con cuchillos cachicuernos,
no con puñales dorados;
abarcas traigan calzadas,
que no zapatos con lazo;
capas traigan aguaderas,
no de contray ni frisado;
con camisones de estopa,
no de holanda, ni labrados;
cabalguen en sendas burras,
que no en mulas ni en caballos;
frenos traigan de cordel,
que no cueros fogueados.
Mátente por las aradas,
que no en villas ni en poblado;
sáquente el corazón
por el siniestro costado,
si no dices la verdad
de lo que eres preguntado,
sobre si fuiste o no
en la muerte de tu hermano.
Las juras eran tan fuertes
que el rey no las ha otorgado.
Allí habló un caballero
que del rey es más privado:
-Haced la jura, buen rey,
no tengáis de eso cuidado,
que nunca fue rey traidor,
ni papa descomulgado.
Jurado había el buen rey
que en tal nunca fue hallado;
pero también dijo presto,
malamente y enojado:
-¡Muy mal me conjuras, Cid!
¡Cid, muy mal me has conjurado!
Porque hoy le tomas la jura,
a quien has de besar la mano.
Vete de mis tierras, Cid,
mal caballero probado,
y no vengas más a ellas
dende este día en un año.
-Pláceme, dijo el buen Cid,
pláceme, dijo, de grado,
por ser la primera cosa
que mandas en tu reinado.
Por un año me destierras,
yo me destierro por cuatro.
Ya se partía el buen Cid,
a su destierro de grado
con trescientos caballeros,
todos eran hijosdalgo;
todos son hombres mancebos,
ninguno no había cano;
todos llevan lanza en puño
con el fierro acicalado,
y llevan sendas adargas
con borlas de colorado.
Mas no le faltó al buen Cid
adonde asentar su campo.
El Cid marcha al destierro y ese momento es captado
por Manuel Machado en su poema Castilla:
(El destierro. Vela Zanetti. Cúpula de la Diputación de Burgos.)
El ciego sol
se estrella
en las duras
aristas de las armas;
llaga la luz
los petos y espaldares
y flamea en
las puntas de las lanzas.
El ciego
sol, la sed y la fatiga.
Por la
terrible estepa castellana,
el
destierro, con doce de los suyos
-polvo,
sudor y hierro-, el Cid cabalga.
Cerrado está
el mesón a piedra y lodo...
Nadie
responde. Al pomo de la espada
y al cuento
de las picas el postigo
va a
ceder... ¡Quema el sol, el aire abrasa!
A los
terribles golpes,
de eco
ronco, una voz pura, de plata
y de cristal
responde... Hay una niña
muy débil y
muy blanca
en el
umbral. Es toda
ojos azules,
y en los ojos lágrimas.
Oro pálido
nimba
su carita
curiosa y asustada.
-
“Buen Cid, pasad...! El rey nos dará muerte,
arruinará la
casa,
y sembrará
de sal el pobre campo
que mi padre
trabaja...
Idos. El
cielo os colme de venturas...
¡En nuestro
mal, oh Cid, no ganáis nada!”
Calla la
niña y llora sin gemido...
Un sollozo
infantil cruza la escuadra
de feroces
guerreros,
y una voz
inflexible grita: “¡En marcha!”
El ciego
sol, la sed y la fatiga.
Por la
terrible estepa castellana,
al
destierro, con doce de los suyos
-polvo,
sudor y hierro-, el Cid cabalga.
Volviendo al romancero, encontraremos este romance en
que se canta la vuelta del Cid a Cardeña:
(El Cid en la portada del monasterio)
(Tumba de Babieca)
(Uno de los tres hitos cidianos que hay en Cardeña)
(Iglesia del monasterio)
Victorioso
vuelve el Cid
a
San Pedro de Cardeña,
de
las guerras que ha tenido
con
los moros de Valencia.
Las
trompetas van sonando
por
dar aviso que llega,
y
entre todos se señalan
los
relinchos de Babieca.
El
abad y monjes salen
a
recibirlo a las puertas,
dando
alabanzas a Dios,
y
al Cid, mil enhorabuenas.
Apeóse
del caballo,
y
antes de entrar en la iglesia,
tomó
el pendón en sus manos
y
dice de esta manera:
“Salí
de ti, templo santo,
desterrado
de mi tierra,
mas
ya vuelvo a visitarte
acogido
a las ajenas.
Desterróme
el rey Alfonso
porque
allá en Santa Gadea
le
tomé su juramento
con
más rigor que él quisiera.
¡Oh,
envidiosos castellanos,
cuán
mal pagáis la defensa
que
tuvisteis en mi espada
ensanchando
vuestra tierra!
Veis,
aquí os traigo ganado
otro
reino y mil fronteras,
que
os quiero dar tierras mías
aunque
me echéis de las vuestras.
Pudiera
dárselo a extraños,
mas
para cosas tan feas,
soy
Rodrigo de Vivar,
castellano
a las derechas”.
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