Un veintiséis de julio de hace 150 años nacía en Sevilla Antonio Machado, uno de nuestros mejores poetas.
Decía Blas de Otero:
“Machado es la figura
más importante del siglo XX español. Uno de los dos o tres más importantes de
la literatura en castellano. Y no hablo solo por mí. Toda la joven generación
española dirá lo mismo. Porque en Machado está presente el pueblo y su patria.
Porque Machado es un poeta de la realidad.”
En palabras de Menéndez Pidal:
"Machado es el mayor de
entre los poetas españoles de nuestro siglo. De su arraigo en la indestructible
sustancia popular, de su fidelidad al pueblo, a su sabiduría sedimentada, a su
dolor y a su esperanza, procede sin duda esa extraordinaria robustez, esa fuerza
de crecimiento y de expansión, esa hondura de humanidad total, que dura contra
el tiempo en la poesía de Machado y que da tan sólidas raíces a su estatura de
hombre singular y libre, de creador y de contemplador.
Un homenaje a Machado resuena así,
inevitablemente, como un homenaje al pueblo español, al pueblo simple y
duradero, al trozo de humanidad con el que él mismo hubiera deseado fundirse
para quedar como uno de aquellos poetas anónimos a los que continuamente
apelaba como ejemplo de poesía verdadera."
El propio
Antonio resume así sus primeros años de vida:
"Nací en
Sevilla una noche de julio de 1875, en el célebre palacio de las Dueñas, sito
en la calle del mismo nombre.
Mis recuerdos de la ciudad natal son todos infantiles,
porque a los ocho años pasé a Madrid, adonde mis padres se trasladaron, y me
eduqué en la Institución Libre de enseñanza. A mis maestros les guardo vivo
afecto y profunda gratitud. Mi adolescencia y mi juventud son madrileños. He
viajado algo por Francia y por España. En 1907 obtuve cátedra de Lengua
Francesa, que profesé durante cinco años en Soria. Allí me casé; allí murió mi
esposa, cuyo recuerdo me acompaña siempre."
En su poema titulado Retrato nos va a hablar de cómo fue su vida:
Mi infancia son recuerdos de un patio de
Sevilla
y un huerto claro donde madura el
limonero;
Su estancia en Castilla y el amor:
mi juventud, veinte años en tierra de
Castilla;
mi historia, algunos casos que recordar
no quiero.
Ni un seductor Mañara ni un Bradomín he sido
—ya conocéis mi torpe aliño
indumentario—;
mas recibí la flecha que me asignó
Cupido
y amé cuanto ellas pueden tener de
hospitalario.
Su manera de ser:
Hay en mis venas gotas de sangre
jacobina,
pero mi verso brota de manantial sereno;
y, más que un hombre al uso que sabe su
doctrina,
soy, en el buen sentido de la palabra,
bueno.
Su estilo:
Desdeño las romanzas de los tenores
huecos
y el coro de los grillos que cantan a la
luna.
A distinguir me paro las voces de los
ecos,
y escucho solamente, entre las voces,
una.
¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar
quisiera
mi verso como deja el capitán su espada:
famosa por la mano viril que la
blandiera,
no por el docto oficio del forjador
preciada.
Su modo de vivir:
Converso con el hombre que siempre va
conmigo
—quien habla solo espera hablar a Dios
un día—;
mi soliloquio es plática con este buen
amigo
que me enseñó el secreto de la
filantropía.
Y al cabo, nada os debo; me debéis
cuanto he escrito.
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que
habito,
el pan que me alimenta y el lecho en
donde yago.
Y, de una manera profética, sus últimos
días y su muerte:
Y cuando llegue el día del último viaje
y esté a partir la nave que nunca ha de
tornar,
me encontraréis a bordo ligero de
equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.
En Madrid se inicia en el
mundo cultural y en 1899 realiza su primer viaje a París para trabajar de
traductor en una editorial. Vuelve a Madrid, donde publica sus primeros poemas
y regresa de nuevo a la capital francesa, donde conocerá al poeta nicaragüense
Rubén Darío, que es el líder del movimiento modernista. Machado le dedicará dos
poemas:
El primero de ellos, en el
apogeo del Modernismo:
Este noble poeta que
ha escuchado
los ecos de la tarde y
los violines
del otoño en Verlaine,
y que ha cortado
las rosas de Ronsard
en los jardines
de Francia, hoy,
peregrino
de un Ultramar de Sol,
nos trae el oro
de su verbo divino.
¡Salterios del loor
vibran en coro!
La nave bien guarnida,
con fuerte casco y
acerada proa,
de viento y luz la
blanca vela henchida
surca, pronta a
arribar, la mar sonora.
Y yo le grito “Salve”
a la bandera
flamígera que tiene
esta hermosa galera,
que de una nueva
España a España viene.
Y el segundo, cuando Rubén
Darío fallece
Si era toda en tu verso la armonía del
mundo,
¿dónde fuiste, Darío, la armonía a
buscar?
Jardinero de Hesperia, ruiseñor de los
mares,
corazón asombrado de la música astral,
¿te ha llevado Dionysos de su mano al
infierno
y con las nuevas rosas triunfantes
volverás?
¿Te han herido buscando la soñada
Florida,
la fuente de la eterna juventud,
capitán?
Que en esta lengua madre la clara
historia quede;
corazones de todas las Españas, llorad.
Rubén Darío ha muerto en sus tierras de
Oro,
esta nueva nos vino atravesando el mar.
Pongamos, españoles, en un severo mármol
su nombre, flauta y lira, y una
inscripción no más:
Nadie esta lira pulse, si no es el mismo
Apolo;
nadie esta flauta suene, si no es el
mismo Pan.
Machado prepara
oposiciones y obtiene la cátedra de Francés del Instituto de Soria.
Años antes de llegar
Machado a Soria se había producido el denominado desastre del 98. España va a
perder sus últimas posesiones coloniales, que eran Cuba y Filipinas. Este va a
producir un movimiento intelectual que propugne una vuelta a las esencias de lo
español, una reivindicación de Castilla y de lo castellano. Esto es lo que va a
significar la obra de Machado titulada Campos de Castilla, una reivindicación
del paisaje castellano.
Blas de Otero dirá:
El paisaje de Castilla,
en su estilo, es uno de los más impresionantes del mundo. Esos ocres, esos
amarillos, esos pardos, esos cielos azules infinitos no se pueden mejorar.
Acongojan el alma, la engrandecen, la atan a un deseo de mística ascensión.
Viendo los campos yermos de Castilla se explica uno a Quevedo, a Antonio
Machado, tan distintos, pero tan grandes en comunidad espiritual, en anhelos de
perfección.
Machado se va a enamorar
del paisaje castellano y ese amor se va a traslucir en sus poemas
He vuelto a ver los
álamos dorados,
álamos del camino en la ribera
del Duero, entre San Polo y San Saturio,
tras las murallas viejas
de Soria -barbacana
hacia Aragón, en castellana tierra-.
Estos chopos del río,
que acompañan
con el sonido de sus hojas secas
el son del agua, cuando el viento sopla,
tienen en sus cortezas
grabadas iniciales que son nombres
de enamorados, cifras que son fechas.
¡Álamos del amor que ayer tuvisteis
de ruiseñores vuestras ramas llenas;
álamos que seréis mañana liras
del viento perfumado en primavera;
álamos del amor cerca del agua
que corre y pasa y sueña,
álamos de las márgenes del Duero,
conmigo vais, mi corazón os lleva!
¡Oh!, sí, conmigo vais, campos de Soria,
tardes tranquilas, montes de violeta,
alamedas del río, verde sueño
del suelo gris y de la parda tierra,
agria melancolía
de la ciudad decrépita,
me habéis llegado al alma,
¿o acaso estabais en el fondo de ella?
¡Gentes del alto llano numantino
que a Dios guardáis como cristianas
viejas,
que el sol de España os llene
de alegría, de luz y de riqueza!
¡Colinas plateadas,
grises alcores, cárdenas roquedas
por donde traza el Duero
su curva de ballesta
en torno a Soria, oscuros encinares,
ariscos pedregales, calvas sierras,
caminos blancos y álamos del río,
tardes de Soria, mística y guerrera,
hoy siento por vosotros, en el fondo
del corazón, tristeza,
tristeza que es amor! ¡Campos de Soria,
donde parece que las rocas sueñan,
conmigo vais! ¡Colinas plateadas,
grises alcores, cárdenas roquedas!...
Sobre su estancia en
Soria dirá Machado:
Cinco años en la tierra de Soria, hoy para mí sagrada –allí me casé;
allí perdí a mi esposa, a quien adoraba—, orientaron mis ojos y mi corazón hacia
lo esencial castellano.
El 30 de julio de 1909
se casará con Leonor Izquierdo, hija de los dueños de la pensión donde se
alojaba.
Pero, en un viaje que
ambos realizan a París, Leonor
sufre los primeros síntomas de su enfermedad.
Machado,
al ver el milagro que la primavera ha producido en un árbol moribundo, pide a
Dios que se produzca otro milagro y que su esposa sane
Al olmo viejo, hendido por el
rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el
sol de mayo
algunas hojas verdes le han
salido.
¡El olmo centenario en la colina
que lame el Duero! Un musgo
amarillento
le mancha la corteza
blanquecina
al tronco carcomido y
polvoriento.
No será, cual los álamos cantores
que guardan el camino y la
ribera,
habitado de pardos ruiseñores.
Ejército de hormigas en hilera
va trepando por él, y en sus
entrañas
urden sus telas grises las
arañas.
Antes que
te derribe, olmo del Duero,
con su hacha el leñador, y el carpintero
te convierta en melena de campana,
lanza de carro o yugo de carreta;
antes que rojo en el hogar, mañana,
ardas en alguna mísera caseta,
al borde de un camino;
antes que te descuaje un torbellino
y tronche el soplo de las sierras blancas;
antes que el río hasta la mar te empuje
por valles y barrancas,
olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro
milagro de la primavera
Pero
Leonor fallece el uno de agosto de 1912, cuando sólo contaba 18 años de edad.
El dolor
que Machado siente quedará plasmado en sus poemas:
Una noche de verano
—estaba abierto el balcón
y la puerta de mi casa—
la muerte en mi casa entró.
Se fue acercando a su lecho
—ni siquiera me miró—,
con unos dedos muy finos,
algo muy tenue rompió.
Silenciosa y sin mirarme,
la muerte otra vez pasó
delante de mí. ¿Qué has hecho?
La muerte no respondió.
Mi niña quedó tranquila,
dolido mi corazón.
¡Ay, lo que la muerte ha roto
era un hilo entre los dos!
Señor, ya me arrancaste lo que yo más
quería.
Oye otra vez, Dios mío, mi corazón
clamar.
Tu voluntad se hizo, Señor, contra la
mía.
Señor, ya estamos
solos mi corazón y el mar
Allá, en las tierras altas,
por donde traza el Duero
su curva de ballesta
en torno a Soria, entre plomizos cerros
y manchas de raídos encinares,
mi corazón está vagando, en sueños...
¿No ves, Leonor, los álamos del río
con sus ramajes yertos?
Mira el Moncayo azul y blanco; dame
tu mano y paseemos.
Por estos campos de la tierra mía,
bordados de olivares polvorientos,
voy caminando solo,
triste, cansado,
pensativo y viejo
por una blanca vereda,
en medio del campo verde,
hacia el azul de las sierras,
hacia los montes azules,
una mañana serena.
Sentí tu mano en la mía,
tu mano de compañera,
tu voz de niña en mi oído
como una campana nueva,
como una campana virgen
de un alba de primavera.
¡Eran tu voz y tu mano,
en sueños, tan verdaderas!...
Vive, esperanza, ¡quién sabe
lo que se traga la tierra!
Adiós, campos de Soria
donde las rocas sueñan,
cerros del alto llano
y montes de ceniza y de
violeta.
Adiós, ya con vosotros
quedó la flor más dulce de la
tierra.
Ya no puedo cantaros.
No os canta ya mi corazón, os
reza.
Machado
pide el traslado a la ciudad andaluza de Baeza. Pero, antes, deja a su amigo
José María Palacio el encargo de que cuide la tumba de Leonor.
Palacio, buen amigo,
¿está la primavera
vistiendo ya las ramas de los chopos
del río y los caminos? En la estepa
del alto Duero, Primavera tarda,
¡pero es tan bella y dulce cuando
llega!...
¿Tienen los viejos olmos
algunas hojas nuevas?
Aun las acacias estarán desnudas
y nevados los montes de las sierras.
¡Oh mole del Moncayo blanca y rosa,
allá en el cielo de Aragón, tan bella!
¿Hay zarzas florecidas
entre las grises peñas,
y blancas margaritas
entre la fina hierba?
Por esos campanarios
ya habrán ido llegando las cigüeñas.
Habrá trigales verdes,
y mulas pardas en las sementeras,
y labriegos que siembran los tardíos
con las lluvias de abril. Ya las abejas
libarán del tomillo y el romero.
¿Hay ciruelos en flor? ¿Quedan violetas?
Furtivos cazadores, los reclamos
de la perdiz bajo las capas luengas,
no faltarán. Palacio, buen amigo,
¿tienen ya ruiseñores las riberas?
Con los primeros lirios
y las primeras rosas de las huertas,
en una tarde azul, sube al Espino,
al alto Espino donde está su tierra...
Pedirá ir destinado a Baeza, de ahí a Segovia y de Segovia a Madrid.



En su poesía denunciará el inmovilismo de
Este hombre del casino provinciano
que vio a Carancha recibir un día,
tiene mustia la tez, el pelo cano,
ojos velados por melancolía
Genuino representante de
la España de charanga y
pandereta,
cerrado y sacristía,
devota de Frascuelo y de
María,
de espíritu burlón y de
alma quieta,
Esa España vieja y tahúr,
zaragatera y triste;
esa España que ora y embiste,
cuando se digna usar la cabeza,
e indicará la presencia de
otra
España nace,
la España del cincel y de
la maza,
con esa eterna juventud
que se hace
del pasado macizo de la
raza.
Una España implacable y
redentora,
España que alborea
con un hacha en la mano
vengadora,
España de la rabia y de
la idea
Entre
esas dos Españas situará Machado al español:
Hay un español que quiere
vivir y a vivir empieza,
entre una España que muere
y otra España que bosteza.
Españolito que vienes
al mundo, te guarde Dios.
Una de las dos Españas
ha de helarte el corazón.
De Madrid tiene que partir a Valencia , donde había leído este poema:
Se le vio, caminando entre fusiles,
por una calle larga,
salir al campo frío,
aún con estrellas de la madrugada.
Mataron a Federico
cuando la luz asomaba.
El pelotón de verdugos
no osó mirarle la cara.
Todos cerraron los ojos;
rezaron: ¡ni Dios te salva!
Muerto cayó Federico
—sangre en la frente y plomo en las entrañas—
... Que fue en Granada el crimen
sabed —¡pobre Granada!—, en su Granada.
Se le vio caminar solo con Ella,
sin miedo a su guadaña.
—Ya el sol en torre y torre, los martillos
en yunque— yunque y yunque de las fraguas.
Hablaba Federico,
requebrando a la muerte. Ella escuchaba.
«Porque ayer en mi verso, compañera,
sonaba el golpe de tus secas palmas,
y diste el hielo a mi cantar, y el filo
a mi tragedia de tu hoz de plata,
te cantaré la carne que no tienes,
los ojos que te faltan,
tus cabellos que el viento sacudía,
los rojos labios donde te besaban...
Hoy como ayer, gitana, muerte mía,
qué bien contigo a solas,
por estos aires de Granada, ¡mi Granada!»
Se le vio caminar...
Labrad, amigos,
de piedra y sueño en el Alhambra,
un túmulo al poeta,
sobre una fuente donde llore el agua,
y eternamente diga:
el crimen fue en Granada, ¡en su Granada!
Ante el avance de las
fuerzas franquistas, en marzo de 1938 se traslada a Barcelona , donde se alojó
en el hotel Majestic y en la Torre Castañer. Allí vivirá hasta que
parta hacia su exilio en enero de 1939. En la tarde del día 28
de enero llega a la localidad francesa de Collioure donde fallecerá el día 22 de febrero.
Allí resuenan aquellos
versos machadianos:
Y cuando llegue el día del último viaje
y esté a partir la nave que nunca ha de
tornar,
me encontraréis a bordo ligero de
equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.

Aunque todos los momentos son buenos para recordar a Machado, tal vez este año sea especial al coincidir con el 150 aniversario de su nacimiento.
Os recomiendo mi libro.
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